EL ECLIPSE
Karina GutiƩrrez
En 1998 fue visible en Colombia un eclipse total de sol. SerĆa el Ćŗltimo eclipse total completamente visible en esta parte del mundo antes del nuevo milenio y, por esos azares de la suerte, serĆa apreciable en la Costa Caribe, cerca de la ciudad en la que yo vivĆa.
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Era el mes de febrero de ese aƱo y yo estaba en la Universidad estudiando Derecho. No hacĆa mucho habĆa cumplido 18 aƱos, pero ese nĆŗmero no significó mayor cosa para mĆ, salvo hacer el trĆ”mite para sacar la cĆ©dula. En muchos aspectos, seguĆa viviendo en ese estado de indeterminación existencial que es la adolescencia.
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Me sentĆa rara, inadecuada y estaba desesperada por encajar, por encontrar mi tribu para dejar de sentirme una extraƱa, una forastera en todas partes. Me faltaba mucho por recorrer en la vida para empezar a conocerme y aceptarme.
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Pero por esa Ć©poca creĆa que no habĆa mĆ”s alto lugar para ocupar en el mundo reducido en el que me movĆa que el grupo de los ricos y populares de mi semestre: Susana, Mateo, Mario y Marian. Todos de apellidos ilustres de la ciudad, que llegaban en carro propio a la universidad, que usaban ropa y zapatos de marca, vivĆan en el barrio mĆ”s lujoso de la ciudad.
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En resumen, parecĆan tener todo aquello de lo que yo carecĆa y que yo creĆa que valĆa la pena obtener en la vida.
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AĆŗn hoy no me explico cómo logrĆ© sumarme a la expedición. Por alguna casualidad, estando en cafeterĆa en un descanso entre clases, empezamos a hablar del eclipse y alguien propuso ir a uno de los pueblos en los que se podrĆa ver el fenómeno mĆ”s de cerca. En retrospectiva, creo que yo misma me invitĆ© y no tuvieron excusas para excluirme, pues de todos modos quedaba un cupo en el carro.
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El caso es que el 26 de febrero de 1998, nos fuimos los cinco a ver el eclipse en el carro de Mateo desde Santa Marta a la finca en Bosconia que la familia de uno de ellos tenĆa. Era un jueves caluroso y soleado, de cielo despejado. Perfecto para ver el fenómeno.
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LlevĆ”bamos nuestras gafas especiales para ver el sol sin daƱarnos la vista. Recuerdo el ambiente en el carro mientras hacĆamos el trayecto. Al principio me sentĆ una intrusa, intimidada, incluso, cuando los escuchaba hablar de gente y de lugares que ellos compartĆan y de los que yo no formaba parte: las fiestas en el country club, las vacaciones en Miami con los que yo solo soƱaba. A medida que la conversación derivó a temas comunes, los exĆ”menes, los trabajos, las clases, los profesores que todos detestĆ”bamos, mi voz se integró a la charla.
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Cuando llegamos, todos esperamos impacientes a que comenzara el eclipse, junto a la familia encargada de cuidar la finca. Tal como habĆa sido previsto, faltando pocos minutos para la una de la tarde, la luna empezó a cubrir el sol.
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En ese atardecer anticipado, los pĆ”jaros empezaron a chillar en una algarabĆa confusa y se hicieron visibles las sombras volantes: esos reflejos de luz como destellos en la superficie del agua.
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La emoción recorrió el grupo con la certeza de que estÔbamos viviendo algo especial.
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En pocos minutos y por unos instantes, el sol quedó completamente cubierto. El mediodĆa se hizo noche.
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Por ese breve lapso, pudimos ver el sol directamente, sin gafas. Un anillo de luz blanca rodeaba la luna y terminaban en una especie de diamante a un costado del cĆrculo oscuro.
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La penumbra nos rodeaba, pero no con sombras espesas, sino con una media luz en la que todo era visible, baƱado con una suerte de luz gris.
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La emoción nos recorrió a todos, conocidos y extraƱos por igual. Supe que en ese momento, todos Ć©ramos parte de algo mĆ”s grande y lo sabĆamos.
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Pasada la una de la tarde, tal como se habĆa ocultado, el sol fue reapareciendo detrĆ”s de la luna y oĆmos a los gallos cantar en ese segundo amanecer. Con el correr de los minutos, el mundo fue volviendo a la normalidad. La finca despertó otra vez.
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La emoción nos alcanzó todo el trayecto de vuelta y un poco mĆ”s. Con el grupo del eclipse las relaciones se volvieron mĆ”s cercanas, pero nunca formĆ© parte de su grupo. Poco a poco fui entendiendo que no era mi lugar. Mi mundo era distinto al suyo y, ademĆ”s, empecĆ© a conocerme lo suficiente como para saber que me importaba mĆ”s encontrar otras cualidades en quienes serĆan mis amigos. Con el tiempo encontrĆ© mi lugar en la universidad y en la vida en general. Hice buenos amigos que me acompaƱaron el resto de la carrera.
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Han pasado mĆ”s de 20 aƱos desde entonces. He logrado hacerme mi propio lugar en el mundo, a veces en compaƱĆa de otros, a veces en mi propia compaƱĆa. Aun asĆ, mĆ”s de una vez al dĆa me siento como un ser extraƱo que no pertenece al entorno. Pero con los aƱos llega la sabidurĆa, si uno lo permite, y yo sigo aprendiendo.
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