ESA TIERRA ROJA
Nataly García
El viaje comenzó cuando la magia de Inglaterra cesó por volcar su megalomanía en el muchacho que vivió; entonces recurrí a un científico de La Sorbonne que ofreció agua de su tintero para hablar del Lugar de Verdad, sobre papel que jugaba a ser papiro. Desde entonces leía sobre eternidad a la sombra de una acacia, comiendo dátiles del país de Punt; me remojaba los pies en la historia de Al-Bayana, después de haber soñado sobre la espalda del león que cuenta las eras en el reloj del horizonte.
Esa tierra roja, que sostiene sus techos con pétalos de loto, huele a amor, a pasión pueril, a perpetua añoranza de un sol que nunca se quedó dormido entre juncos lapislázulis; a noches guiadas por lebreles y a estrellas alineadas en la arena. Lejos y ahí, lloví por el regreso del veterano de Kadesh y miré nadar el pedazo de otro rey que arrastraba el río.
También me vi sentarme a esperar mi regreso en los escalones de Badrashin, donde nunca estuve y siempre regresaré.
