MI PLAN FAVORITO
Luz Jeny Vargas
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Siempre he sentido que los aeropuertos son lugares mágicos donde se respira el aire excitante de los viajes. Son una especie de portal abierto que nos conduce por sus pasillos, sus escaleras eléctricas, sus carteles que invitan a recorrer maravillas locales y nos lleva a la puerta más emocionante para mÃ: la entrada al avión. Ya allà todo es vacaciones, emoción, preámbulo de momentos muy especiales, posibilidad de crear otras vivencias sin los condicionamientos de las rutinas cotidianas, donde se vive sin esfuerzo en el presente y se está para disfrutar cada instante. Si, ya se que hay viajes de trabajo, pero todos los vivo como un grato paseo que la vida me regala de tanto en tanto. Un dÃa o varios meses, qué más da el tiempo si el reloj se recrea en estos granitos de arena tan valiosos?
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Tengo en mi mente cada paso de la aventura de viajar en avión: las filas de sillas en perfecto orden, el sonido de los cinturones de seguridad al ajustarse, la música suave que aclimata el momento, los auxiliares de vuelo con su sonrisa a flor de piel y su diligencia para acomodar, acompañar, subir maletas y cerrar compartimientos de equipaje, el movimiento de los pasajeros habitando ese enorme y a la vez reducido espacio para compartir la travesÃa, el mensaje que nos anuncia que se ha cerrado la puerta principal del avión y que en contados minutos partiremos. Espero el despegue ocupando cómodamente mi silla, apreciando esos minutos de antesala, que permiten un pequeño tiempo para apreciar lo que está ocurriendo a mi alrededor. Mi lugar favorito es la ventana, aquella que me permite ver cómo nos elevamos, dejando cada vez más abajo la ciudad, con sus cuadras geométricas, sus avenidas que parecen caminos de hormigas, sus parques y casas de pesebre, y todo el maremágnum de la vida que ahora yo dejo, para sumergirme en el ancho cielo.
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No olvido las hermosas imágenes de las nubes y sus caprichosas formas, que atravesamos como si fuesen grandes ositos de peluche blando y luego, cuando el avión llega a los pies de altura que requiere, ese inmenso piso blanco que nos separa de la madre tierra y nos transporta a otra dimensión y el cielo azul que si nos concentramos en su máxima altura se adivina de un color azul añil, preámbulo de ese espacio oscuro que es la verdadera esencia de las cosas. Si volamos sobre el mar nos sorprenden las motitas blancas que apenas se ven aposentadas en el brillo de su superficie, de un verde plata intenso. ¿Puede haber sensación de libertad más grande que volar sobre el mar, sentirse sin piso duro?
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Los rÃos son sinuosos reptiles que perezosamente trazan arcos arbitrarios y las montañas pequeños gigantes atravesados en la mitad de la inmensidad. Puedo evocar mil paisajes que he divisado desde ese privilegiado lugar, que me han conmovido y enseñado la maravilla de la creación. ¡Cómo quisiera atravesar esa ventanilla de gruesos vidrios y desplegar mis alas para sentir el aire en mi cara, acercarme velozmente a esos lares y luego planear suavemente para recorrerlos con asombrada calma! Este trance puede tomar una o diez horas, puedo dirigirme a una pequeña ciudad o un paÃs lejano, siempre me produce la misma felicidad y curiosidad. Y si somos bendecidos y nos acompaña la noche, con su manto de estrellas o mejor aún, la luna y su metálico encanto, mis ojos no pueden despegarse de esa ventanilla mágica, al sentir que me arrulla el negro abrazo de nuestro más básico entorno. Allà he entendido que el todo es negro y profundo, que la luz es una invitada de la vida.
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Pero el momento más emocionante, más temido y a la vez más esperado es el aterrizaje. Si observamos con atención, podemos apreciar en nuestro cuerpo el avión planeando, acercándose poco a poco a la tierra, meciéndose, bajando su velocidad, alistándose para el momento definitivo y la tripulación, que ha estado atendiendo cada circunstancia, se prepara para el cierre de la travesÃa. La tierra ahora se acerca; las casas, que antes eran diminutas, van tomando su dimensión real y los árboles crecen ante nuestros ojos. Pronto vemos pasar muy presurosamente la pista de aterrizaje y en un momento muy especial, besamos el planeta y se inician los segundos más intensos del vuelo, aquellos en los cuales la velocidad pura se experimenta en toda su realidad; nuestro pájaro metálico pone los frenos a fondo y ese contraste entre la velocidad de crucero ahora menguante y la necesidad de parar, de detenerse, nos ofrece una experiencia inolvidable para mi. Ese es mi momento preferido del viaje, no olvido esa emoción, ese sonido, esa energÃa! En tiempos pasados los pasajeros aplaudÃan la proeza del piloto y la tripulación, ahora las miradas expresan la tranquilidad asustada de sortear el trance y llegar con vida y sin un rasguño.
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Ahora viene a la vez la calma de llegar al destino y la algarabÃa de nuestros compañeros de viaje desabrochando sus cinturones, recuperando de sus lugares temporales sus pertenencias. Veo las caras de satisfacción, la ansiedad por descender y comenzar la aventura y me dispongo a mi encuentro con otro clima, otros lugares, otros olores y sabores, nuevas experiencias que me aguardan. Todo aquello que preparé ahora llega a su presente y de nuevo me encuentro con el aeropuerto que me recibe. Respiro profundamente ese nuevo aire que me embriaga y lleno mi corazón de toda la alegrÃa que me produce una nueva oportunidad para viajar!!