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UNA VIDA REAL

Lorena Alzamora

Antes de partir al más reciente viaje, camino al sur, ya podía respirar la libertad que me brinda salir de mi cotidianidad, perderme en algún lugar hermoso del mundo y huir de la rutina que a veces ahoga incluso mis suspiros.

 

En 1982 por primera vez pisé, con aquellos piecitos de niñita pequeña, la tierrita de Bogotá, Colombia. Era tan pequeña que no recuerdo muy bien ese año que viví en tan linda ciudad. Tan solo tengo fotos de ese recuerdo junto con mi madre en varios lugares icónicos, de paredes antiguas, ruinas llenas de historia y hermosas palomas que rodeaban mi cuerpito, solo para picar un granito de maíz. Lo hermoso que se veía en las fotos me hizo soñar con volver algún día, pero el recuerdo se perdió en mi mente y nunca pude recuperarlo.

 

Ahora, después de 40 años, me encuentro saliendo de mi comodidad de viaje a este hermoso país del sur que me llena de energía y recarga mi paz. Existe una hermosa conexión en mi alma con este lugar, tanto que al tocar pie en la tierrita ya me sentí parte de ella, y ella, parte de mí. Por primera vez viajaba sola con Catalina, de tan solo 5 años. En esta ocasión yo me había convertido en una mama valiente a la que no le importaba ya perderse en un país extraño porque sabía que cada vez que se perdiera se encontraría a sí misma, cada vez un poco más, recuperando pedazos de esa época en la que todo era diferente; reencontrando su esencia humana y su alma guerrera.

 

Llegamos sin miedo la primera noche, casi de madrugada. Cargaba a Catalina en los brazos, que llegó cansada del vuelo. Sabía que no estaba sola, que su poder superior le envía ángeles a su vida siempre que lo necesita y que le ayudan en cada travesía que emprende. Así fue. En ese momento se acercó Lineth, una amable señora, de aquellas rolas elegantes, de cabello rizo y gabardina terracota, que me miró cuando me vio un poco enredada con el equipaje y con Catalina en mis brazos. Decidió a ayudarme. Le di las gracias a mi yo superior: “gracias nunca dejarme sola”, dije, para mis adentros. “Veo que te hospedas en el centro, ten cuidado en las noches”, me comentó Lineth al despedirse. En el fondo, yo sabía que iba a estar bien y que iba con la mejor compañía: yo misma, mi poder superior y Catalina.

 

En esos días, en la hermosa ciudad de Bogotá, me perdí entre su cultura y sus calles llenas de grafittis coloridos. Nos quedamos cerca de la carrera 19, en el centro de la ciudad. Allí difruté mezclándome entre las personas. Me sentía una rola más, una local, jamás como una extraña. Bogotá me recordaba, quizás, que en otra vida nací aquí.

 

Todos los días fueron una aventura diferente en la que despertábamos muy temprano, revisábamos el itinerario y la lista de parques de diversiones, y salíamos a bañarnos de magia y gente linda. Bajo la lluvia a veces nos encontrábamos saboreando la brisa fría, que nos llenaba de dulzura y semejaba un nuevo despertar. Restaurantes deliciosos, gastronómicamente ricos y tan populares como su querido ajiaco también nos acogieron, así como lugares turísticos llenos de historias de valentía e independencia, de aquellos tiempos en que Panamá era uno con la Gran Colombia. Es que la tierrita tiene sabor a cumbia, música que encanta, y personas soñadoras.

 

Todo el itinerario estaba muy organizado, pero teníamos el corazón abierto a lo impredecible; queríamos sentir la magia de lo inesperado, sentir el aroma del mejor café, como el de la esquina de donde nos hospedábamos. Nos sentábamos cada mañana y el dueño nos recibía siempre con una cálida sonrisa y nos hacía degustar de un desayuno que, además de económico, nos abrazaba el corazón con un latte calilentito y un emparedado sencillo de jamón que nos hizo las mañanas más felices.

 

En las noches, caminamos por un lugar llamado el Chorro de Quevedo, que mágicamente transformaba las noches de Bogotá de colores, y creaba un ambiente divertido. La música y los bailes populares nos esperaban. Personas de diferentes nacionalidades hacían espectáculos de chistes. Cómo disfrutamos esta clase de libertad… Ninguna de las dos quería salir de esa realidad. No queríamos regresar.

 

Mi Catalina, tan intuitiva y observadora, a veces sentía cuando su mamá estaba perdida por callejones largos y escondidos, pero llenos de luz y color. Me decía “Mamá, ¿nos perdimos verdad?” Con una risa le contestaba que no se preocupara, que siempre perdiéndonos es cuando más nos íbamos a encontrar.

 

Un día en una caminata en Plaza de Bolívar nos encontramos con una hermosa llama llamada Tommy. Catalina se montó, decidida a dar su paseo por toda la plaza, asombrada por el pelaje marrón con blanco de la llama. Disfrutó cada momento. Fue un paseo que quedó grabado con una linda foto para el recuerdo.

 

Bebimos aromáticas, una bebida caliente y tradicional, con un sabor dulce y esa mezcla de hierbas originarias de Bogotá. Obviamente queríamos subir la temperatura de nuestros cuerpos de los 10 grados a los que no estábamos acostumbradas. Igual nos encantaba sentir el frío y vestirnos de abrigos hermosos, bufandas, guantes y sentir la brisa con la lluvia, con gotas tan frías cayendo sobre nuestros rostros, esperando lo impredecible de esta ciudad mágica.

 

Nos encontramos con amistades que nos llenaron el alma y de hermosas conexiones que hicimos con algunas personas que jamás olvidaremos.

 

Aquellos momentos han quedado plasmados en nuestros corazones como un tatuaje de almas. Wao, fue la mejor experiencia para iniciar el año nuevo.

 

Cada sentada a tomar aromáticas, cocteles deliciosos como uno muy creativo llamado Amatista en una mágica cafetería denominada Mariposa de cristal (hasta su nombre nos invitaba a sentarnos y nos hipnotizaba con sus mensajes positivos escritos en sus paredes) donde se dieron tantas conversaciones profundas, de esas que no puedes tener con cualquiera, de esas que te inspiran y te llenan el corazón de amor.

 

Qué libertad se siente al viajar. El corazón palpita por el asombro, cual niño juguetón. Es lindo sentirse un extraño y entender que somos infinitos, que el mundo lo es y que somos parte de algo más que nosotros: ciudadanos de un universo hermoso.

 

Bogotá quedó en mi corazón para siempre y en el camino de la vida espero que nos volvamos a encontrar.

UNA VIDA REAL
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