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Así empezó esta historia de historias

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Club de Escritura Tu Historia Cuenta

Leíamos una noche a Joseph Campbell y a su esquema narrativo del monomito o del Viaje del héroe y de repente lo entendimos: todas las vidas, absolutamente todas, están conectadas y siguen el esquema del aprendizaje continuo, la evolución interior o el camino del héroe. No importa que haya vidas poco heróicas o incluso rutinarias, vidas señaladas o vidas truncadas por el destino. Todos tenemos una historia por contar. 

Somos Enrique Patiño y Liliana Arias. Ambos somos escritores. Desde la claridad de esa noche decidimos desarrollar una iniciativa amorosa a través de nuestro Proyecto 9 Musas: permitir que otras personas pudieran contarse y, al hacerlo, entendieran quiénes son, cuál es su propósito, liberaran dolores a través del poder sanador de la escritura y jugaran. Porque la escritura es, también, un juego. Quien se la toma demasiado en serio dilapida su poder creador.

Desde ese momento creamos una metodología, dictamos varios talleres en Panamá y en Colombia

en los que cada participante cuestiona su estructura mental a partir de elementos literarios y asume convertirse en el protagonista de su relato
personal; al reconocerse como personaje a cargo de sus propios actos, entiende su poder personal
y se transforma. 

Por sugerencia de los mismos talleristas, se creó este club para participar en retos y concursos, y mantener el hábito de escribir. Hoy, al grupo se han sumado escritores noveles, espontáneos narradores de habla hispana que viven en medio mundo. 

En el Club de Escritura Tu Historia Cuenta, los escritores se leen y crecen entre pares y se retan creativamente ante los nuevos desafíos. No existen acá guillotinas ni censuras, ni vetos ni malos Vs. buenos: existen estilos diversos que conviven para expresar sus emociones a través de técnicas de escritura expresiva y narrativa, 
generar interacción en tiempo real y
retroalimentación permanente. Además de fomentar la disciplina literaria, los escritores aprenden de estilos diversos y se sumergen en una reflexión continua sobre los distintos aspectos que otros autores viven durante su proceso creador. También, por supuesto, se divierten con retos que los llevan a pensar por fuera de sus límites.
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Lentes para leer

EL ENCUENTRO

Piedad Granados

Mi corazón batía ansioso mientras esperaba en esa alcoba que apestaba de naftalina. No sé si lo que me molestaba de veras era esa pesadez en el aire o la incertidumbre de lo que estaba por suceder.
Escuché unos pasos subiendo apuradamente por las escaleras de madera. En el fondo una música escuálida se perdía entre risas y gemidos. Mis manos sudorosas temblaban. Me acomodé el sostenedor, me recogí el cabello, lo solté de nuevo, me tiré sobre el lecho, traté de sonreír cuando
apareció él. Detuvo su cuerpo musculoso y bien formado frente a mi menuda figura que no sabía cómo comportarse.
–Cuántos años tiene–, me preguntó 
–Dieciocho–, respondí, con el hilo de voz que apenas se escapó de mi garganta.
Sabía que estaba mintiendo.  
A él también comenzó a acelerarse la respiración.  Me observó por un momento sin pronunciar palabra. Se movió solo para cerrar la puerta de la habitación, corrió la pesada cortina de pana roja y abrió con fuerza la ventana. Una onda de brisa fresca alivió el ambiente al tiempo que él
continuaba a observarme en silencio. Sus ojos se llenaron de fuego. Yo estaba ahí vulnerable, miedosa, desorientada, pero con la única carta que me quedaba por jugar. Mi débil humanidad azotada por la violencia necesitaba sobrevivir. 
Fue la palidez de mi alma y el vacío de espíritu que reflejaba en ese momento lo que en realidad me salvó.
Aquel hombre musculoso sacó del profundo de su corazón una ternura inimaginable, tomó mis manos temblorosas y me alzó delicadamente. Apretó su cuerpo contra el mío y ya no me soltó más.  
Los días y los años sucesivos nos enseñaron el arte de amar. Las espinas se convirtieron poco a poco en vigorosas flores. Su mano necesitaba de la mía y yo de la suya. 
Dios, cuánto amor se escondía en ese horrible cuarto, que resultó ser el inicio de la más pura historia de amor.

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A CAPELLA EN EL SUPERMERCADO 

Anayansi Arias

'Un millón de años luz'; es una de mis top tres de Soda Stereo: basta con oír las notas de ese piano melancólico al inicio para que se me venga encima una  avalancha de escalofríos y yo paré de hacer lo que sea que esté haciendo, como me pasó aquella vez en el súper cuando estaba
buscando champú y me quedé patidifusa en medio del pasillo cuatro al oír esa canción hechicera tarareada como quien no quiere la cosa por un sujeto ahí, justo detrás de mí, en busca de crema de afeitar, un tipejo más bien descachalandrado y super distraído porque, obvio, las cremas de
afeitar estaban en el pasillo 5, pero no iba a cuestionar ese amor fulminante a primer oído, así que dejé tirado mi carrito de compra con el fin de escucharlo camuflada entre las ofertas de la semana por todo el super para no perderme ni un mi-fa-sol mientras cantaba a capella.
Ella conoce mi perversión en una noche larga... Larga en vez fue su desorganización porque luego el tipejo no paró en la crema de afeitar y se acordó que también necesitaba un quitamanchas (¡es pulcro!) y se le antojaron unas tortillas de maíz (¡es vegano!) y unas paletas de
limón (¡es goloso!), todo acompañado del coro desgarrador que repetía una y otra vez ...no vuelvas sin razón... y yo derritiéndome entre los tomates y la yuca hasta que sin darme cuenta llegó a pagar, la cajera le preguntó si acumulaba puntos de oro y la serenata susurrada culminó, y
todo se derrumbó dentro de mí, como cuenta otra de mis canciones favoritas de despecho cuando mi ídolo del rock anunció que su esposa era la que llevaba ese rollo. Y no, tampoco compré el maldito champú.

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LAS COSAS QUE ENCANTAN

Carolina Lee

Vi que ella lo notó, lo que por supuesto hizo aumentar al triple mis nervios. Las miradas que aceleran el corazón se detectan al instante, no importa cuánto uno intente disimularlo. No sabía si pretender haber notado el polvo sobre el lavamanos, enfocarme en el agua que corría sobre mis manos o seguir admirando el delineado de su ‘cat-eye’. Seguro lo había practicado varias veces antes, porque lograba enmarcar sus grandes y negros ojos a la perfección. Se notaba el buen pulso en la finura de la línea, que se extendía larga después de la esquina de cada ojo hacia su sien. Su cabello larguísimo caía, tan negro como su delineador, cubriendo la mayoría de su suéter. Empecé a sudar, me mordí los cachetes para distraerme.
–Una amiga me trajo esta pasta de diente de India. Es Colgate. pero tiene un sabor que no venden aquí–, dijo.
Por este tipo de comentarios es que me encantaba. La primera vez que el sentimiento me sorprendió fue una vez almorzando juntas en el comedor de la oficina, cuando me contaba de sus usuales caminatas por el parque.
–Mi árbol favorito es la Jacaranda Mimosifolia, por sus flores moradas, aunque la Plumeria Rubra sería también una buena opción. No confundirías su olor con ninguna otra.
Hasta ese momento, nunca pensé que me atraería tanto que en una conversación casual me hablaran con nombres científicos. Su fascinación por la naturaleza era contagiosa, lo que multiplicó mi fascinación por ella. 
–¿Quieres probarlo? –, me preguntó, haciendo un gesto hacia mi bolso de limpieza dental.
–Claro, ¿por qué no?, le contesté con una sonrisa traviesa.
Entusiasmada, agarró su cepillo de dientes, regó un poco de pasta y me pasó el aplicador. Lo agarré y lo acerqué a mi rostro para leer las letras pequeñas del envase. En letras naranjas decía: cúrcuma y yerbabuena.
Apreté el aplicador, y en sincronía, acercamos el cepillo a la boca mientras nos mirábamos a través del espejo, esperando nuestras reacciones. Una gran carcajada salió de ambas como quien bota el aire después de aguantar la respiración por más segundos de lo que debía.

Las risas se escuchaban por el pasillo, haciendo fruncir el ceño con curiosidad a las personas que caminaban por casualidad cerca de la puerta. La espuma salía de nuestras bocas inadvertidamente, posándose vergonzosamente sobre la porcelana. El aroma del baño fresco con
un toque peculiar a menta y especias hindúes. Nos terminamos de enjuagar entre respiraciones cortadas y salimos, todavía riendo, hacia nuestras sillas. Con mis nervios confundidos y mi estómago efervescente, sonrojé una sonrisa de despedida, esperando por ansias nuestro siguiente
encuentro.

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LA PREMONICIÓN DEL AMOR

Ibis Rebolledo

Creo que tengo clara la hora en que su mirada se cruzó por primera vez con la mía. Serían las once de la mañana, tal vez un poco menos, en un rincón gastronómico de una ciudad amurallada, con una vieja vitrola tocando al son cubano que hacía menear los hombros a uno que otro comensal.
Lo supe de inmediato, supe que me traería problemas. Mi corazón tuvo la premonición de un amor apasionado y loco, de esos que te marcan para siempre, que te dibujan la piel y nunca más puedes sacar de tus recuerdos.
Lo supe y no hice nada por detenerle. En el fondo, creo que era lo que mi alma anhelaba, un loco amor del que me sintiera cautiva, pero a la vez que me diera libertad de la prisión donde me encontraba.
Pude correr, tal vez, huir de la atracción de esa vez primera, la que marcó mi vida para siempre y me hace escribir estas letras. La mirada que cambiaría mi destino y me haría una feliz fugitiva, la que me convertiría en lo que soy hoy, sin pizca de arrepentimiento, porque arrepentirse es de cobardes, y su amor me hizo valiente.
No cambiaría nada de ese día, excepto un pequeño detalle: agregaría un segundo más al instante, para ocultar el anillo que no me hubiese gustado que él viera, pero que al final no era más que un trozo de metal de un mal compromiso que yo portaba por quedar bien ante la sociedad que después me juzgó.
Qué importa lo que juzgaron, si al final el bendito anillo de nada sirvió, se rompió el compromiso, se firmaron los papeles y a mi vida de amor verdadero me entregué.
Espero seguir escribiendo de esta loca aventura de seguir nuestro corazón, sin dudas, sin arrepentimiento y, sin llanto, contarles a nuestros nietos que el susto, el miedo y el dolor valieron la pena por nuestro gran amor.

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PASADO, PRESENTE Y DESTINO

Vanessa Palencia

Brasil sin ti. ¿Cómo estar aquí y no anhelar que estés conmigo?
Bebiendo de esta copa, disfrutando del frío y la hermosa vista desde mi balcón.
Extraño sostener tu mano, sueño que caminamos juntos las avenidas de San Paulo, contigo, vida mía. Descubro el mundo y tú viajas a través de mis ojos. Como alguna vez lo hice yo a través de los tuyos, e imaginaba estar ahí al ver tus fotos.
Los aires huelen a nostalgia, pero también a esperanza de algún día vivir esto juntos una y otra vez. Voy venciendo los miedos, sacando las lágrimas de cada contratiempo o adversidad vivida.

Siempre has estado tú, mi amigo, los brazos que me cobijan cuando hace frío, cuando la vida me da un revés. Eres quien disfruta de mi sonrisa y de mis múltiples defectos con amor y paciencia una y otra vez.
Eres mi puerto seguro y agradezco a Dios haberte puesto ahí, en el momento justo, cuando dejaba de creer que era posible. Cuando la soledad golpeaba mi rostro, tu mano me sostuvo para sanarme, para acompañarme a cada aventura, ante cada reto, ahí tú, impregnando fe.
Iremos juntos a muchos otros destinos, tomados de la mano envejecidas, con nuestros cabellos blancos, porque tú elegiste estar conmigo una y otra vez.
Eres mi pasado, mi presente y mi destino, amor mío.

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