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Reto de diciembre 1: Patea al arco

Varios

1 dic 2022

Odiar el fútbol es fácil. Amarlo también. En época de Mundial, apunta al arco y dispara tu texto.

¡GOL Y AL PISO!

Carlos Hugo Jiménez


Mientras a 47 millones de argentinos se les iluminaban los corazones cuando Messi marcó el 3-2, y con ello bordaba la tercera estrella en la camiseta albiceleste, a mí se me fueron las luces!!! No asimilaba que el diez había hecho lo imposible después de ese desgarrador empate francés. Mis ojos vieron que un galo rechazó, pero pensé que había sido desde la raya. Capté que fue gol cuando el árbitro señaló, sin titubeos, el centro del campo; fue cuando grité desde el alma: ¡goooool!, pero vino esa sombra que nubló mi mente y caí de bruces. Marta, mi esposa, que estaba pasmada, dice que vio cuando me desplomé, pero imaginó que era una broma. Cinco o diez segundos fuera de este escenario terrenal. Mi esposa se olvidó del partido y me movía los brazos desesperada. Tranquila, ya me siento mejor, atiné a decirle con cierto susto. Cuando amenazó que apagaría el televisor, supe que debía reaccionar y ponerme juicioso. Es solo un partido de fútbol, me increpó angustiada, Marta. Le mentí, pues vino el 3 a 3 y la esperanza de apaciguar las emociones. También la esperanza de ver a Argentina campeón, como en el 78 y en el 86, se nubló como mi voluntad, minutos antes. En los cobros, desde los doce pasos, me arrodillé, recé y luego lloré cuando Montiel, el villano del pénal para el 3 a 3, marcó el definitivo disparo y pude ver que esta vez, la gloria que se evaporó en 2014, ante Alemania, le devolvió la sonrisa a Messi. Gracias y como anotó el histórico Lineker: Messi, eres el mejor regalo de los dioses del fútbol.


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TODO ESTO ES EL FÚTBOL 

Luz Jeny Vargas


Las chicas no pueden ocultar su disgusto al destapar su presente navideño, aquel que nuestra torpeza disfrazada de generosidad calculada hizo ensalzar la vocación maternal de las niñas, al entregarles una muñeca! vaya Dios, a aquellas mujercitas que, en la edad del dulce abandono en la ilusión, tenían encima las marcas del arduo trabajo, el rechazo escolar por el mal olor de sus ropas, el estigma de pertenecer al inframundo de la pobreza. 


Entre tanto, los chicos gritan alborozados al recibir el "regalo adecuado" para ellos, un atractivo balón de fútbol, sinónimo de diversión y festejo compartido en este barrio capitalino enterrado en el barro y la marginalidad, donde el jardín de las viviendas no luce verde césped ni flores de olores fragantes; enormes fardos de cuanto material se pudo rescatar del despilfarro citadino se amontonan en todos los espacios de estas casas, invadiendo de un aroma a mugre, a deshecho acumulado, todos los rincones de este universo. 


Marilyn, una trigueña de escasos 10 años lanza un madrazo desbocado frente a su rubia muñeca, lanzándola con ira al piso. -Quee? yo no juego con esto! ¿por qué a los niños sí les dan balón? es que nosotras somos menos o qué?? pronto llegan refuerzos a su protesta, otras jovencitas de manos curtidas y mirada frentera que con un gesto oscilante entre la frustración y la ironía nos devuelven sus presentes. Nuestro desconcierto se estrella con una realidad hasta entonces desconocida y no sabemos cómo reaccionar. La situación da pronto paso a unos inusitados intercambios inter género: -Te cambio tu balón por la basura de la jornada escolar de la semana entrante. -En mi casa tengo deshechos PET que recogimos anoche, te los doy si me das ese balón. 


Ellas y ellos hacen parte de un sector social para quienes una tijeras no son un objeto práctico disponible para cualquiera, sino una valiosa oportunidad de obtener algún dinero a cambio de ese metal en forma de tenaza; aquellos que tienen el privilegio de asistir a la jornada escolar complementaria que la obligación obligada estatal había creado, para mostrar una intervención redentora de su desinterés por estas gentes. 


Y nuestra idea de actividad para cerrar decorosamente el año, el tan conocido campeonato de microfútbol, dió un interesante volantín, al descubrir que esas chicas tenían su mundo futbolero configurado. Al abrir las inscripciones para el torneo llegan "las súper campeonas de Villa Cindy", "guerreras tricolores", "goleadoras juveniles", al lado de los tradicionales equipos masculinos. Y la cancha siempre polvorienta, casi desmantelada pero vigente cada día como lugar de encuentro juvenil, se torna multicolor y pletórica de cantos, risas, lágrimas, emoción genuina. Encontramos entonces en el fútbol ese buscado escenario de inclusión objetivo de nuestro proyecto, que la teoría aún no había patentado.


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INVISIBLE

Clara Sánchez

 

Hacia el año 1998 en aquella institución transcurría cada día con el movimiento propio de una institución educativa, nada de monotonía en aquellos chiquillos y chiquillas que rompían el silencio imponiendo su propio ritmo, profesores y adultos en aquella comunidad aceptaban; algunos con angustia y otros con aparente frialdad aquel caos delicioso entre carreras gritos, risas y llantos.


Lichigo fue. lo señalaron como culpable, el vidrio roto y el grito de angustia diciendo que no era la primera vez.


Mudo acepto el hecho pero no la sentencia debía pagarlo, eso sí que no! yo me jodo todos los días trabajando y no alcanza para los gastos y voy a pagar ese vidrio? Para que dejan la ventana abierta grito firme y decidido.


Mucha deserción y pérdida académica eran los resultados de aquella investigación por lo que estaban en observación desde la secretaría de educación de la ciudad, preocupaba la imagen de la institución aceptar las acciones correctivas impuestas era necesario.La lista la encabezaba un cuadrangular de fútbol, el equipo ganador debía competir con los ganadores de las otras instituciones. El reto era grande: combinar el bajo rendimiento académico con un cuadrangular de fútbol no tiene relación alguna decían con desespero las directivas y profesores. Todo debía ser urgente; seleccionar los jugadores tampoco era la lógica, vas mal con tus notas y quieres jugar? No ni lo pienses. Mejora notas, paga los vidrios rotos y entonces hablamos, esto no funciona. la pérdida de los primeros partidos y la medición dé resultados coincidía, el tiempo avanza y el compromiso deportivo sigue, la institución saldrá sancionada. No cumple con el mínimo de logros propuestos, déjame jugar: si que inscriban a Lichigo es lo único que nos salva, la respuesta es NO! Llega el momento los invitados están, la comunidad en pleno, autoridades de alto nivel, aquello era definitivo y en esto todos eran responsables. En la cancha ambos equipos y de pronto los gritos de Lichigoooo, Lichigoooo……..estremecieron el lugar, el pito que anuncia el movimiento de la bola y los jugadores de aquel equipo se sientan con los brazos caídos y los gritos que ensordecían la tribuna “Lichigooo!  Lichigooo! El árbitro pide tiempo y pide que las directivas resuelvan la situación o pierden por doble W.  Tiempo de enterarse y toma de decisiones! Juega Lichigo, la emoción fue total, prolongada por 90’ minutos porque Lichigo los llenó de gloria por los goles que metió, por sus gambetas, por sus pases de puente que no lo detenían, sus movimientos tan ágiles y llenos de gracia enloquecieron a todos en general,  el equipo muy coordinado, obediente a una estructura planeada y a una estrategia profesional aquello era nuevo, la dicha era plena, pasaban a la final el número de goles les ayudó para reparar los malos resultados del inicio, nadie entendía porque no estuvo desde el inicio, terminó el cuadrangular fueron a la final y fueron campeones. El universo entero no pudo albergar tanta dicha, la emoción se veía en cada rostro, los gritos de júbilo retumbaban en el horizonte jamás habían compartido en aquella zona todas las comunidades, la emisora local se ocupó de la transmisión y llegó a salir de los límites sectoriales la noticia.


Con el trofeo en la mano y las lágrimas bañando los rostros de aquellos pequeños que no contemplaron ser campeones acariciando cada minuto aquella copa, posando para las fotos y los corazones hinchados por el placer llega la entrevista para finalizar con broche de oro aquel momento tan sublime. La periodista selecciona a Lichigo: ¿cuál es tu nombre? Lichigo, no tu verdadero nombre….duda un momento y con voz extraña, como un chillido destemplado dice Juan Carlos Aguirre. Hay silencio …… como? Se interrogan todos y ella continúa. ¿Por qué no jugó desde el principio? ¿No podía, por que? Tengo malas notas y seguro pierdo el año.


¿En qué curso estás ? En cuarto. Estás feliz por haber ganado siiiii. Vienen a darte el premio que es para toda la institución. ¿Qué es? Pregunta Juan Carlos y la periodista le cuenta que una biblioteca y que él puede escoger un libro para que lo lleve a casa.

La sonrisa se borra, su mueca aparece mostrando la tristeza y como siempre quiso esconderse. Ese premio no es mío vocifera, no lo quiere? Es que no sé leer por eso no podía jugar y por eso pierdo el año.


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EL FÚTBOL Y YO

Piedad Granados


El fútbol y yo vivimos en caminos paralelos durante muchos años. No recibí ningún gol en las redes de mi existencia o al menos eso creí hasta que lo sentí girando por mis venas como si un insecto se hubiera aprovechado impregnándome un perfume helado y corrosivo.


Las tribunas,  esas escalas atiborradas de gente insolente y agitada no estaban dentro de mis planes de ocio de fin de semana, ni de días laborales. ¡Absolutamente no!!


Pero él supo instalarse en el diván más cómodo de la casa. Empezó a endulzar mis oídos,  me habló de pasiones y de amores. Se instaló en silencio mientras aprendió a balbucear, luego a hablar y después a agitar una bandera azul y blanca. El día y la hora llegaron sin pedir permiso. No tuve la posibilidad de negarme. 


Cantos obscenos y hasta violentos aturdieron mis sentidos mientras un puñado de jóvenes se movía de un lado a otro en un campo verde y de forma rectangular. Yo estaba en medio del caos. Me faltaba la respiración.  No me quedaba otra que saltar al ritmo de miles de desconocidos que se movían sin parar. 


La escena se volvió única e irrepetible. Tomado de mi mano estaba él. Mi hombre pequeñito. No sé si 8 o 9 años tendría cuando me convenció que el fútbol está entre su pecho y su espalda. Que el juego es un arte. 

Yo todavía siento la urticaria de la revolución en el estadio, pero comprendí que eso que para mí tiene poco valor, en mi hombre, que ya no es tan pequeñito, tiene el sabor de la pasión verdadera. 

Y sí. Sigo caminando por un camino paralelo al fútbol, pero de vez en cuando un guiño en el ojo me hace endulzar el caminao!



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MINUTO 73´ 

Lisandro Abaunza


Era solo una cuestión del tiempo, para que diera fin, a un partido de los tiempos. No era once contra once, eran millones, contra otros millones. El partido estaba claramente empatado, pero con ansias de un gol, un gol para gritarlo, para cantarlo y quizás llorarlo... Minuto 73 ́ del segundo tiempo, recibo la pelota, por un rebote provocado por el equipo contrario, así que encaro desaforadamente por toda la línea derecha… “Era nuestra oportunidad, yo era la oportunidad”. …Levanto un tanto la vista, para ver si algún zaguero intenta robarme aquella oportunidad, y si, estaba uno, con la dorsal 43, nuestras miradas se cruzaron, y nuestro camino también. Estando a menos de dos metros, él hace una barrida que se dirige con tanta velocidad hacia mí… Yo pensé para mis adentros… “Ésta es, aquí fue”. …Lo único que hice, y que haría cualquiera en esa situación, fue acariciar aquel balón con mi pie izquierdo, para esquivar la barrida, y así fue, el siguió de largo y yo seguí mi camino, para quedar a solas con la portería. Solo quedaba el portero, y yo, el portero, yo y el gol. 


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SIN TÍTULO

Erika González


Corre como con chancletas! Le escuché decir a mi abuela desde el primer piso. Nunca había pasado con ella más de unas horas cada navidad, cuando viajábamos a visitarla, no la conocía. Ahora vivía con ella.

Corra cacorro! Tampoco sabía que fuera tan vulgar de boca. Podía ver el humo de cigarrillo que ya alcanzaba el comedor y siguiendo su rastro como culebra encantada fui a verla. 

Para entonces yo detestaba el fútbol, lo relacionaba con narcotraficantes y corrupción, con las muertes de los ñeros que se mataban por jugadores que no sabían de su existencia, con pandillas y miedo. 


Entre el humo denso logré ver a mi abuela frente al televisor apoyando a la selección de Colombia, cruzando sus dedos artríticos invocando la suerte, ayudada por gritos de chulo chulo chulo, y una sarta de groserías que jamás había escuchado en mi familia, dichas con tanta gracia que me hizo desear por primera vez en años que hubiera otro partido. Me senté a su lado a disfrutarla, a esa oveja negra graciosa que se había llevado de un tajo a la abuela que yo recordaba de las navidades de mi niñez. 

Colombia ganó. Mi abuela y yo también.


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QUINCE SEGUNDOS DE FAMA

Enrique Patiño


Me insultarán peor que al árbitro y dirán que estoy loco. Mi familia se avergonzará de mí cuando vea mi foto en los diarios. Pero me espera la fama. 15 segundos serán suficientes si calculo que hay al menos 300 fotógrafos en pista y varios publicarán mi foto. Mi velocidad de potro robusto puede lograr que sean 45 segundos de fama. Quizás un minuto.


Estoy en la tribuna. Juega Argentina contra Holanda. Es viernes 9 de diciembre y estoy en Qatar, en el estadio Lusail, donde hace un frío descabellado y artificial. He visto el primer tiempo en silencio y son las 9 de la noche en este desierto sin nada. He pagado caro por estar en las sillas más bajas. Hay 80.000 personas, casi todas hinchando por Argentina. El partido es un manojo de nervios. Messi acaba de hacer gol de penal y Argentina va ganando 2 a 0. Es el minuto 75. Me perderé los últimos 15 minutos por lo que voy a hacer. Pero estoy loco, loco de verdad.


No seré Pelé, ni Ronaldo, ni Messi, pero me siento todos ellos cuando sorprendo a mis  vecinos de tribuna y salto con agilidad a la cancha. Evado a los guardias y entro como un rinoceronte en la mitad del partido. Disfrazado de hincha argentino, corro hacia el centro y empiezo a quitarme la ropa. Me desnudo cuando apenas llevo 25 metros avanzados. Veo al Dibu, a Messi, a Acuña, veo a los holandeses enormes con su naranja eléctrico, y cómo todos detienen su juego. El árbitro suspende el juego y los chicos en la cancha me miran con curiosidad. Hay más locos espontáneos como yo que han hecho esto en sus vidas. Los divierto. 


Surgen más y más guardias. Intento evadirlos como cuando juego Rugby, y lo logro, pero me saltan a los pies. Los arrastro y logro deshacerme de ellos. Soy un rinoceronte, lleno de músculo, una bestia en el desierto. Alcanzo los 45 segundos. Sé que las cámaras me evitan. Oigo el rugido del estadio gritando ahora por mí. Corre, dicen. Jajaja, se ríen. Vamooos, animan. Hinchan por mí. Soy un dios en este momento. 80 mil almas me ven y el eco de sus gritos retumba en mí. Dos más me saltan y me los llevo por delante. Pero tres más me atrapan. Me derriban entre 5. He alcanzado un minuto de fama. 


Que viva el fútbol, señores, grito, mientras me llevan a rastras. Que viva la locura que representa y genera.



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NUNCA MÁS

Nicolás Ramajo


Me arqueé y caí al suelo como si fuera a tragarme. Vi todo verde, todo pasto. Fui uno con la tierra, como un muerto. Me acurruqué fetalmente contra el suelo, no podía respirar. Toda esa gente lejana, esos chicos como yo sin hacer nada, todo ese cielo azul de funeral. Los altos eucaliptos se estiraban como cipreses, sus copas clamando al cielo. Los colores se apagaron, sólo escuché ruido de pasto pisado. Alguien vino a mí. Mi papá me agarró y me ayudó a levantarme. La pelota estaba ya lejos. Nunca más, me dije.


Mi papá es futbolero, típico padre argentino. Se pone rojo cuando grita un gol del país, insulta y ríe como un chico. Fue arquero en su juventud. Yo creo que por vago, pero parece que se le daba bien, al menos él lo clama. Yo fui el primero y nací varón, así que tuve que cumplir con mi rol de hijo argentino y futbolista, tuve que correr atrás de una pelota sin saber siquiera cuándo era mía.


Pero a mí me gustaba dibujar, mirar las nubes, imaginar. Construía cosas con las manos. Miraba mucho la televisión también, pero nunca fútbol. Aun así me llevó a un club. No conocía a nadie, no hice amigos. Después de un tiempo salimos a jugar contra otros equipos. Era un terreno amplio, rodeado de eucaliptos. Yo no sabía ni dónde estaban las rayas, pero el campo lo delimitaban los padres y madres de los otros chicos. No recuerdo qué pasó antes, simplemente estábamos jugando. Sí recuerdo, como en un big bang del que no tengo memoria del inicio preciso, como una explosión y el balón cayendo de mi panza. Yo arqueándome sin control.


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EMPATADOS, 1 A 1

Alejandro Marseglia


Mientras Oscar se coloca la camiseta azul y oro, colores que ahora lleva en el corazón, con el número 7 del mediocampo, se le dilatan las fosas nasales con el olor del linimento con alcanfor que satura el aire del vestuario y lo enardece, pues ese olor anuncia que está por disputarse un nuevo partido. Pero esta vez no es cualquier enfrentamiento; en el equipo rival juega su hermano mayor, Danilo, que tanto le reprochó que se vendiera al club archirival de su barrio. - La camiseta no se mancha- le dijo Danilo. Sí, claro, y me voy a pasar la vida esperando que me convoquen por ser fiel a qué, eh? a qué?  Hoy le voy a demostrar que está equivocado. A él y a toda la familia, que me miran como si fuera Judas.

Formó en la fila que estaban haciendo sus compañeros, infló el pecho con una respiración profunda y salieron a la cancha, a matar o morir.


Luego de los primeros minutos de tensión en que los botines le pesaban como si fueran de acero, y las canciones y gritos ensordecedores de ambas hinchadas hacían vibrar el estadio, Oscar fue tomando confianza y ganando movilidad, hasta que en el minuto 22 hace un amague hacia el centro y sale por el lateral derecho para despegarse del rival que lo está marcando y con el canto interno de su pie derecho patea un tiro largo con comba que llega frente al número 11 que le pega de aire con el empeine y convierte el primer gol del partido. Luego del riguroso abrazo, se paran frente a la tribuna, que está que explota de emoción y festejan con los brazos en alto saludando a los hinchas; Oscar a sabiendas que está dando la espalda a su padre y a su tío que están en la tribuna rival, piensa - ojalá haya algún representante de un equipo europeo -, asi, si tiene suerte, lo convocan y se va a la mierda de este país que no lo valora, y de paso les enrostra su éxito a Danilo y a su padre.


Ya pasada la mitad del segundo tiempo van empatados y las hinchadas están furiosas, las canciones se transforman en gritos y gestos de violencia. Hay quienes descargan su furia contra los jugadores, se desquitan de tantas frustraciones en el trabajo, la familia, acá vienen a ver ganar a su equipo, - o qué se creen estos muertos que ni aprendieron a correr, menos a patear. Entre tanta agresividad se forman peleas, avalanchas, hasta que el odio se transforma en una botella de vidrio lanzada desde lo alto. Los equipos siguen jugando con el frenesí que da la necesidad de marcar otro tanto y nadie se da cuenta de lo que pasa hasta que se hizo más potente el silencio que el bullicio y todas las caras giran hacia donde las miradas miran; en el piso yace su hermano, inerte, con el cuello y la remera manchados de la sangre que mana de su cuero cabelludo. - Pero… no me dijo que la remera no se mancha? Si será pelotudo!


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MEMORIAS DE UNA PESADILLA

Luz Jeny Vargas


Confieso sin pudor que soy una hincha acomodaticia de fútbol, de esas que preguntan cuando escuchan el grito de goool quiénes están jugando, desde un espacio siempre distante de la pantalla de transmisión del encuentro. De quienes oyen los penaltis sin verlos, que le apuestan al triunfo de un equipo sin conocer sus gestas, solo por el color de la camiseta de los jugadores o el nombre de la selección de un país lejano. En una familia con un marido y dos hijos hombres que beben en el altar del fútbol, que la diosa pecosa me perdone y el fuego eterno del árbitro me consuma! 


Pero no siempre fue así. Transcurría el tiempo suplementario de aquel trascendental encuentro entre las selecciones de Colombia y Camerún, sábado 23 de junio de 1990, que definiría el paso a cuartos de final en el mundial de ese año; por primera vez estábamos en esa fase, camiseta puesta con orgullo, fiesta de celebración lista para empezar, emoción infinita. Nuestro gran arquero Higuita era una estrella fulgurante, pero aquel día se le ocurrió jugar a ser el héroe y de pronto lo vimos salirse de su arco, ante el acoso de un Camerún bravío. -por dioss, métete al arco, no jodás, méteteee, no seas bruto, cuidado!!!- pero el tal Higuita no me escuchó y pasó lo inimaginable, un cuarentón portentoso nos ajustó un segundo gol y de paso acabó con nuestras ilusiones de ser los grandes campeones del evento... aún escucho esa famosa canción llamada sopa de caracol, que nuestro folclor transformó en sopa de Camerún, qué ilusos! 


Se que muchos balones han rodado para nosotros desde entonces, pero mi corazón futbolero quedó roto en 90 pedazos y sus piezas aún no se terminan de soldar, a pesar de James y el Tigre y Ospina y nuestro perder ganando un poco. Que el fuego apasionado del hincha fiel me purifique!


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