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Reto de diciembre 2: Cuento con elementos navideños

Varios

15 dic 2022

Escribe un texto que incluya elementos navideños, según tu tradición y mirada del mundo. Pinos en el Caribe, Reyes Magos en el trópico, un grinch reblandecido o papás Noel canallas, todo vale.

CUENTA LA HISTORIA QUE SIN ABUELO NO HABÍA NAVIDAD Y SIN DIEGO NO HABÍA FIESTA

Erika González


Crecer en Medellín se traducía en una mezcla de alegría y padecimiento que sin falla llegaba desde octubre, mucho antes de la emoción que acompañaba la navidad con sus luces y villancicos: en los almacenes, buses y estaciones de radio, sonaba la canción más triste y vieja de la que tuviera noción “mamá dónde están los juguetes, mamá el niño no los trajo”, decía. Yo entraba y salía de esa tragedia que imaginaba en mi cabeza, llena de estereotipos en los que un niño con poco que vestir y con poco que jugar le reclamaba a su madre, seguro soltera, de una de las comunas pobres de la ciudad, por otro año sin recibir juguetes.


Me angustiaba ese niño que cada año repetía la misma pregunta. Me imaginaba que le faltaban tantas cosas que merecía al menos recibir un juguete, y eso me entristecía.

En mi casa, por otro lado, mi padre tenía un concepto especial sobre los regalos: nos daba enciclopedias, discos de música clásica, libros de experimentos científicos y cosas por ese estilo. Suponía que teniendo cuatro hijos siempre encontraríamos con qué jugar, educarnos era su único legado, siempre nos decía. 


Nosotros disfrutábamos esos regalos, pero en navidad, a diferencia de todo el mundo, yo soñaba sobre todo con ver a mi abuelo. Me impresionaba que fuera capaz de bañarse con agua fría hasta en los pueblos más fríos, y me gustaba que nos cantara boleros. Sagradamente salía a caminar después de comer, con un chocolate con maní metido en el bolsillo de la chaqueta de su traje. Yo siempre lo acompañaba. 


Sentía una gran admiración por él. Era un hombre muy bueno, pensaba yo en mi cabeza todavía prematura. Había cerrado sus farmacias en Medellín para trasladarse a pueblos cercanos: Rio Negro, La Ceja, Barbosa, y otros, donde no había acceso a medicinas. Era un químico farmaceuta que copiaba medicinas y creaba fórmulas mágicas asequibles a todos. Poco lo veía, pero aparecía siempre para navidad.


Con mi abuelo llegaban las luces que bañaban su casa en Medellín y un pesebre que ocupaba todo su garaje con figuras casi tan grandes como mis primos menores. Comíamos natilla y buñuelos recién hechos por toda la familia, escuchábamos música, rezábamos la novena y recibíamos numerosas visitas. Así se nos pasaba casi todo diciembre, yendo y viniendo, comiendo y disfrutando.


Por cuenta de esas reuniones, que siempre terminaban en juerga, aprendí a bailar muy joven. Nos entrenábamos para la nochebuena con mis tías que muy diligentes nos enseñaban nuevos pasos de baile cada año, a medida que podíamos coordinar mejor. 

Para el 24 aparecía el primo Diego, gay y orgulloso de serlo en una familia homofóbica, haciendo su entrada siempre espectacular, sacando pecho y parando el trasero, vistiendo ropas transparentes, maquillado y saludando a todo pulmón. Me encantaba la expectativa de con qué iba a aparecerse Diego, que era florista, peluquero y diseñador de vestidos para mujer. Nadie se atrevía a decirle nada a ese huracán, aunque la mitad de los hombres se sintieran claramente incómodos. Un ejemplo de emprendimiento, si me lo preguntan. 

Antes de que llegara Diego no se le podía llamar fiesta sino más bien reunión generosa, con familiares, vecinos y amigos. Los únicos que bailaban eran mis abuelos que parecían recién enamorados, a ritmo de Moonlight Serenade de Glenn Miller y música instrumental colombiana. Todos sentados observábamos a esa pareja que se reencontraba después de varios meses de estar separados.

 

Docenas de personas contaban con ese evento navideño que cada año mis tíos armaban con diligencia: pailas enormes con natilla fresca y hojuelas, buñuelos por centenas, lechona cocinada por días, neveras llenas de cerveza y el himno nacional - sólo al mayor de mis tíos se le ocurría que a las 12 de la noche había que poner el himno nacional, poniendo cara de evento oficial, derechito y tan bravo que a nadie se le ocurría dejar salir la carcajada que todos lográbamos guardar por los eternos ochenta segundos que duraba el magno evento. El tipo como si nada.  


Diego no soportaba ese quiebre a la media noche así que se aparecía justo después para cambiar la cosa: repartía gorros y silbatos, doblaba el volumen de la música, se aseguraba de poner nuevos éxitos mezclados con las canciones de siempre – tus besos son, son como un caramelo –, armaba trencito de borrachos y ponía a todo el mundo a batir el codo. 


Detrás de Diego llegaban la familia Monster – unos primos que en verdad parecían salidos de esa serie de televisión y les encantaba bailar, así que se aparecían cuando ya estaba la fiesta prendida; el imperdible tipo sudado del que nunca supe su nombre y que no paraba de bailar y me preguntaba si quería bailar con el - claro que no, pensaba – no, gracias, le decía; y la otra mitad de vecinos que ya habían entregado sus regalos y se disponían a parrandear. En esas amanecíamos, y una vez desayunados con lo que quedaba de la noche anterior y tras haber recogido el desorden nos despedíamos a la hora del almuerzo para repetir la faena una semana después. 


No sabíamos lo felices que éramos hasta que un día, en una de sus escasas visitas mi abuelo falleció, a los 54 años, de un ataque fulminante. Se rompió el hechizo y con él se fueron las grandes navidades de toda una familia, amigos y vecinos que sumaban unas doscientas personas. Nunca volvimos a reunirnos, nunca más hubo fiesta ni amanecidas, no hubo invitados ni pailas de natilla. La algarabía desapareció, pero décadas más tarde yo sigo caminando, casi siempre con un chocolate con maní en el bolsillo.


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DE ESO SE TRATA LA NAVIDAD

Enrique Patiño

La abuela María Roberta escuchó el descomunal griterío de los niños y del camión desvencijado que entraba por la calle rota hasta su casa de bahareque en su pueblo en la mitad de la nada. Se asomó con paso firme, bastón de palo en mano, y vio a sus nietos y a dos de sus hijos en el momento en que descargaban decenas de cosas a las que no les vio utilidad ni sentido.

Hacía el calor de siempre, los 32 grados a la sombra de toda la vida, pero el gentío inesperado le aumentó la tensión. Sintió que una gota surgía por su sien derecha y el surco de sus labios se le llenaba de sudor. Eso la irritó más.

—A mí me explican qué es todo ese alboroto, me hacen el favor— bramó, palo en alto, alerta por no haberse enterado con antelación de lo que iba a suceder. Su voz era temida en la familia. Los niños se silenciaron, pero no dejaron de moverse ni descargar las cosas.

—Es la Navidad, mamá. Llegó la Navidad— dijo uno de sus hijos.

—¡Qué Navidad ni qué carajo! La Navidad no llega en carros viejos—. Señaló con el bastón hacia la sala, donde ella misma organizaba con tres de sus hijas y toda su caterva de nietos una pila de cajas de cartón y tendía sobre ellas un entramado de papel pintado, pastores, musgo, ovejitas de lana y a la familia de Belén entre un muñequito de un burro y de una vaca en un pesebre improvisado, todos a la espera del niño que nacería el 24 de diciembre, antes de la medianoche previa a la Navidad. Siempre se sacaba del cajón la víspera ante la presión de los nietos.

—Ahí está, ya la armamos. A mí no me desarman lo que hicimos— bramó por segunda vez.

La algarabía se disipó, el auto apagó sus motores y Cándido Ariza, el hijo mayor, se acercó con una sonrisa de oreja a oreja. Estaba en sus manos convencer a la abuela.

—Viejita, hay que evolucionar. Ahora el pesebre se acompaña de otras cosas. No vine a dañarlo, vine a hacerlo más bonito.

María Roberta dudó, como era su costumbre, pero se rindió ante el colorido de unas guirnaldas verdes con visos rojos que su hijo tendió ante ella y luego enredó en su cuello. Seguía sudando.

—Usted lo ha visto por la tele, mamá. Y se ve bonito. No diga que no, sale en todos lados —insistió el hijo. Los demás siguieron trasteando las cosas al interior de la casa y el camión quedó desocupado.

—No es lo bonito, es que no nos hace falta. Ya la Sagrada Familia está en su pesebre y el niño Jesús necesita paz para nacer.

El hijo terminó de ablandarla con el argumento de que serían los primeros en el pueblo en tener una decoración digna de la modernidad y la casa más bonita de todas en esas fiestas. Sabía del orgullo de su madre y de cómo le gustaba demostrar que en medio de aquel paraje desértico, de aquella casa que sobrevivía cada vez con menos ímpetu a los vientos huracanados de diciembre, a la matrona de todas las matronas, doña María Roberta, le gustaba presumir. Podría existir la pobreza infinita y un calor insoportable, ríos con un cauce mínimo y cielos abiertos sin nubes, pero ella siempre alardeaba por algo. Le pagó al camión y se puso manos a la obra. Antes de dos horas, la casa era otra.

—Ahí está, viejita. La casa ahora es la más linda de todas —le dijo, cuando despertó de su siesta en la mecedora, y la convidó a verla.

María Roberta la vio y no la reconoció.

—Esto no es Navidad. ¡Esto es un circo de tres pesos! —alegó. Estaba fuera de sí. Y empezó a señalar a diestra y siniestra el entramado de artefactos nuevos, luminosos y foráneos que nunca había visto hasta entonces.

—Ese gordo barbudo es un impostor. Primero, se va a asar de calor con ese disfraz de loco. Segundo, ¿qué hombre normal sale de rojo brillante a la calle? ¿Es que es tonto? Además, lo he visto haciéndose bombo en televisión por todos lados. Debe ganar más que los futbolistas, y él le quiere robar el show de los regalos a mi Niño Dios.

Pasó revista y siguió, ante la mirada atenta de toda su familia.

—¿Esas medias rojas para qué son? Nadie cuelga las medias salvo cuando están sucias y las está lavando. Además, te ponen a sudar el pie. Imagínate el hedor.

La familia permanecía en silencio, expectante. Los nietos se apretaban para oír el dictamen.

—Al árbol ese me lo empacan de vuelta. Se ve bonito, con todas sus bolas, pero de qué me sirve un árbol de plástico si acá ni árboles hay. Traigan uno de verdad y me lo plantan afuera en la calle para que dé sombra y les dejo ponerles todas las bolas que tengan.

Antes de seguir, anotó:

—Eso sí, me bajan la estrella y se la ponen al pesebre.

Un paso más y otra sentencia fulminante:

—Esos duendes de ahí parecen hijos del demonio. ¡Se van! Enanos ya tengo con el montón de pelaos de esta casa. Tengo más nietos que años si me pongo a contar los que han dejado regados por ahí.

Señaló a un muñeco de nieve inflable sonriente, con nariz de zanahoria, que asomaba frente a la casa, y su frase fue demoledora.

—Ese está muerto y feliz, miren: pálido, sin color. ¿A eso es lo que llaman un zumbi? ¿Un muerto que se come los sesos de los vivos? ¡Me lo sacan de acá!

—No mamá, es un muñeco de nieve —respondió Cándido, a quien su familia dejaba que lidiara con la gran abuela.

—Peor. Se va a derretir con este calor. Nunca hemos visto nieve, esa vaina no nos tocó en esta vida, y ahora me van a traer un muñeco para que me sienta culpable de verlo deshacerse. ¡Se va!

El hijo alzó los ojos al cielo y no alcanzó a refutar cuando su madre volvió al ataque.

—¿Y esos perros con cuernos? Un perro con cuernos es una cosa del demonio. Seguro se despiertan en la noche para mordernos y convertirnos en hijos de Belcebú. ¡Ustedes me quieren convertir la casa en un prostíbulo navideño? Me la llenaron de bastones enanos que ni sirven para caminar, de rojo, el color de la sangre, de muñecos que atemorizan y de ropa para el frío cuando el pobre Jesuscito y nosotros nacimos en medio del calor y la pobreza, entre burros y chivos. ¡Pa’ fuera todos y todo!

María Roberta comenzó a sudar y se puso la mano en el pecho. Se le había subido la tensión. Todos temieron un ataque y la sentaron en el patio, en una mecedora, a coger el fresco de las cinco de la tarde, que precedía los vientos desatados de la noche. Los niños recibieron la orden de sus mamás de ir levantando los renos, de recoger el muñeco de nieve y de alzar el pino de Navidad de plástico. Cándido, que también había instalado las luces navideñas, los detuvo.

—Al menos por una noche encendamos las luces y dejemos la decoración, mamá. Ya mañana la quitamos porque mañana viene el camión. Hoy nadie se puede llevar nada.

—Luces, ay, mijo. No me dé más sorpresas. Para qué más luces que la de nuestro corazón. Mire que con el foco de la entrada sobra y basta. Ni que fuéramos un bar de mala muerte —dijo, lacónica.

Cándido igual las encendió. Apenas bajaba el sol y no eran muy visibles, pero los vecinos, atentos todos a la revolución que había en la casa de María Roberta, fueron asomándose poco a poco. Vieron a la matrona de espaldas, con la mano en el pecho y la cara descompuesta. Como no era la primera vez que la conocían así, se concentraron en la decoración del hogar de los Ariza. El pesebre y los adornos del invierno nórdico entremezclados en el calor voraz atrajeron a la totalidad del pueblo, justo cuando empezaba a anochecer y el viento ya corría con fuerza. Cuando María Roberta se sintió más repuesta, decidió entrar a casa.

Vio entonces el gentío frente a su hogar. Incluso los tenderos habían cerrado sus negocios para acercarse a conocer su casa y habían traído buñuelos y café. Todos departían a sus espaldas y los niños jugaban en la calle rota. María Roberta sacó pecho, se compuso, se peinó con la mano y se irguió firme en su bastón de palo. Tomó la mano de Cándido y apareció flamante en la sala. Entonces dijo:

—Disculpen, estaba retomando energías. Bienvenidos todos a la casa más bella del Caribe. Sé que está llena de mamarrachos, de colores chillones y de bichos que se van a morir de calor, pero de eso se trata la Navidad, ¿o no, mijo? Pon música, que esto hay que celebrarlo. Al Niño Dios le gusta que celebremos.


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EDUVIGES, LA ELFA 

Luz Jeny Vargas


Había una vez una simpática y traviesa Elfa (Sí señores, también existen las Elfas), que atesoraba varios siglos de experiencia en el oficio de observar en navidad a los niños y su comportamiento cotidiano, para en la noche reportar a Santa Claus quiénes se portaban bien o mal, lo que traía en consecuencia que los juiciosos recibirían el preciado regalo pedido en la carta que se escribe a Santa y los desjuiciados un feo pedazo de carbón. 


Su nombre era Eduviges y su gran trayectoria le había enseñado muchas cosas interesantes acerca de los humanos. Había aprendido que en el fondo del corazón de cada persona, joven o mayor, habitaba un niño (o niña) y que ese pequeño llevaba consigo sus vivencias del camino de la vida. Eduviges había logrado conectarse con esos infantes y sus recuerdos de las navidades, las emociones que envolvían esos momentos y el entorno donde habían ocurrido. 


En esta navidad Eduviges fue asignada a una familia compuesta por el papá, la mamá, los abuelos, el hijo mayor y dos hermosas chiquillas. Todos ocupaban desde tiempos recientes un apartamento muy modesto de dos cuartos, ubicado en un país de esa parte del mundo llamada Latinoamérica. Llegaron acá luego de una larga travesía que aún seguía en prospecto, pues el destino final era esa tierra resplandeciente donde los sueños se pueden hacer realidad y como en el cuento de hadas, los harapos se pueden convertir en lujosos trajes, la carroza de madera en un brillante auto y la vivienda humilde en un palacio lleno de objetos nuevos. 


De tanto atisbar a los Londoño Rodríguez, Eduviges sintió esa particular conexión con los niños que se acurrucaban en cada corazón. Con algunos de ellos la señal era muy cercana, aquellos que se atrevían a vivir la navidad más intensamente y se permitían evocar. De este modo escuchó al abuelo Javier, hombre de pocas palabras y muchos panes, solícito con sus parientes y nostálgico no declarado. 


- A mi me gustaba sentarme en el quicio de la puerta de mi casa y observar las luces de los adornos navideños de mi cuadra, los pendones y los dibujos que mis vecinos hacían en sus ventanas con espuma. Me emocionaba mucho tirar con mis vecinos la pólvora que mi papá nos compraba, los totes, los volcanes,los voladores ( en ese entonces la pólvora no era considerada mala, todos los niños de mi cuadra la usábamos. Sí, suena terrible ahora), ir a la feria de navidad que quedaba cerca de la casa y ver esos juguetes que no podría tener pero me imaginaba en mis juegos. Con mis hermanos íbamos a un monte cercano a coger el musgo y buscar un árbol en el mejor estado posible, para decorarlo con adornos que hacíamos en casa. 


Mientras espero ansioso la llegada de mi papá, muchas veces retrasado y llegando con tragos de más, escucho a mi mamá en el ajetreo de la cocina, preparando los tamales y envueltos que le han encargado y rezo para que no se los compren todos y entonces tengamos una buena cena navideña, hmm, qué rico huelen! pero si no tiene plata, cómo nos va a comprar algo de ropa y de pronto algún juguete? Mi papá no llega, será que hoy no va a venir a casa?? 


Entonces Eduviges se ve interrumpida por los recuerdos de Clarita, una niña llorona que se refugia en el gran corazón de la abuela. - Mi papá armaba en la navidad ese inmenso pesebre que ocupaba la mitad de la sala del apartamento donde vivíamos. No sé de dónde sacaba dos grandes canecas que eran la base del pueblito, pero sí recuerdo el olor del musgo húmedo, los quiches que adornaban el pesebre, el lago, las ovejas, las luces… y las novenas, él llegaba de su trabajo en quincena con un disco nuevo y un pollo asado para la cena. 


En navidad rezábamos todos la novena, poníamos el disco de villancicos y cantábamos, luego íbamos a echar pólvora en el primer piso con otros niños, (yo era muy miedosa, pero me atrevía con luces de bengala y totes), después a lavarse las manos y comer ese sabroso pollito, acompañado con una deliciosa natilla que hacía mi abuela y a oír otros discos. De todo lo que le pedía al niño Dios me llegaba por lo menos un regalo y lo que más extraño de esa época es mi familia completa aún, mi padre y su generosa alma, los ojitos de mi hermano inquieto, los abrazos y el calor de hogar, el despertar del 25 de diciembre para ver los nuevos juguetes y disfrutar con todos ese desayuno maravilloso! 


La nostalgia también acosa a Martín,el padre en esta historia. La navidad en su infancia no se ve tan lejana en el tiempo, pero lo separan muchos kilómetros de ese escenario. - Recuerdo que con mi hermano hacíamos apuestas para saber qué regalos nos traería el “niño Dios” que mis papás nos anunciaban. Teníamos muchos amigos en ese barrio y todas las noches nos reuníamos para jugar, mientras los adultos se reunían, bailaban, cantaban, comían y bebían en gran fraternidad. Mis papás escondían los regalos muy bien y a veces era una proeza encontrarlos, jaja, pero al final lo lográbamos! 


Aún escucho la música navideña, los gozos de la novena animados por maracas, panderetas y tambores que todos los niños llevábamos, la deliciosa cena, los buñuelos, natilla, dulces y empanadas que nunca olvidaré. Nuestro pesebre, adornado con pequeños juguetes que agregábamos a las figuras tradicionales, la choza con un helicóptero encima, los carritos al lado de los camellos. Mi hermoso pesebre que no tengo ahora, todos esos aromas y sabores tan lejanos… mis amigos, mi familia… 


Y Nataly, la madre, mujer emprendedora que tuvo mucho que ver en la partida, consciente de lo que estaba en juego para el futuro de los suyos, intenta adaptarse a esta nueva vida y de hecho lo está logrando.


- Si, allá lo teníamos todo, menos la seguridad, la tranquilidad, las posibilidades de progresar. Mi familia es, era, grande, pero no muy unidos y entonces la adversidad nos golpeó duro. Yo recuerdo ver en navidad a mis papás peleando, los abuelos llorando y mis tíos tomando partido y pretendiendo llevarnos a su casa para que estuviéramos más seguros. Siento el temor mío y de mis hermanos ante lo incierto, no entiendo cómo la gente celebraba feliz y repetía esas frases de esperanza en un Dios invisible, mientras nosotros vivíamos en la zozobra. 


Por eso, cuando toda esa historia de dolor se agudizó, yo no dudé en partir y buscar mejores horizontes para mi familia, la que me quedó. Ahora me esmero en construir con ellos una nueva vida, en darle sentido de hogar a esta navidad, a pesar de que a mi me trae recuerdos ingratos. Intento alegrarlos, que se olviden de sus tristezas y vean lo bueno que viene para nosotros. ¡Con esfuerzo y dedicación vamos a salir adelante! 


Para los chicos la navidad es una mezcla de recuerdos amables, ausencias y nuevos descubrimientos. Eduviges lo sabe muy bien. 


-Yo soy Mateo, tengo 8 años y aún tengo presente ese gran árbol que armaban en mi casa, con muchos adornos coloridos, las reuniones con mis parientes, la comida. Mis juguetes, que se quedaron esperando nuestro regreso, los primos de quienes no pude despedirme, las lágrimas y abrazos de mis tíos. A mi me explicaron que nos teníamos que ir, que sería mejor para nosotros, que debía ser fuerte y que mientras estuviéramos unidos nada malo ocurriría y eso espero, confío en mis papás y mis abuelos, en que nos van a proteger de todo peligro. 


Acá también hay niños y papás y mamás y abuelos, que se acompañan y consuelan. Todos estamos descubriendo esta nueva navidad, sin esos olores conocidos, sin esas luces, pero con nuevos amigos que cuentan otras historias. A veces veo a mis familiares en el celular de mis papás y siento tristeza, pero sé que no vamos a volver atrás y temo que no los volveré a ver tal vez… No quiero olvidarlos, no quiero dejar de quererlos!! 


Y las pequeñas,con sus corazones de algodón, no entienden que ese señor regordete y de barba blanca, a quien llaman Santa, con ese abrigo rojo tan pesado, pueda cargar regalos en semejante clima tan cálido! Ellas pueden jugar con Eduviges y celebrar sus saltos para cambiar de lugar su observatorio. Se guiñan el ojo y se entienden sin palabras, cómo logran hacerlo los niños. Sienten las risas y las lágrimas de sus seres queridos y se aferran a esos vínculos que lo son ahora todo para ellas. 


Y Eduviges ve crecer su corazón Elfo y algo humano. Se conmueve con las emociones encontradas, se ilusiona con esos descubrimientos tan íntimos y sinceros y se pregunta: ¿Cuál puede ser el mejor regalo para estos humanos? 


Cuando llega el 25 de diciembre ella debe partir al polo norte a reunirse con Santa Claus y sus otros amigos Elfos. Pero antes deja la siguiente misiva para esta inolvidable familia: “Queridos amigos Londoño Rodriguez: Es tiempo de decir adiós, luego de este hermoso tiempo compartido. Pude ser testiga de los sentimientos que alberga cada uno de Ustedes en su corazón, de sus tristezas, sueños y alegrías y de los comportamientos solidarios que manifestaron, para hacerse la vida más grata y la navidad más feliz. De sus intentos por acercarse a quienes hacen la misma travesía, por escucharlos y compartir algo de lo que disponen en este momento, el afecto, la cercanía y uno que otro manjar preparado con tanto esmero. 


Me voy convencida de que el amor es la fuerza mágica que mueve los hilos del mundo, que los seres humanos son capaces de superar los más grandes obstáculos y que la vida es una extraña amalgama de dolor y dicha, que en su momento no alcanzamos a comprender, pero con su compás va atesando el alma y preparando el carácter para el infinito. 


Ustedes atesoran en su familia todo lo que necesitan para triunfar y ser felices. Se tienen el uno al otro, están compartiendo este viaje con gran valentía y solidaridad, se aman, han aprendido a valorar lo importante y a luchar por lo digno. El gran regalo de Santa Claus para todos y cada uno es la sólida convicción de que van a lograr unidos sus metas y van a consolidar cada vez más esa gran unidad familiar que tanto ansían. Adelante! Siempre estaré a su lado y nunca olvidaré todo lo que aprendí con Ustedes. Con mucho, mucho amor, Eduviges, la Elfa”.


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PELÍCULA ANTES DE NAVIDAD 

Liliana Arias


Elena Pérez era irremediablemente navideña, de aquellas para las que no existe noviembre sino que pasan de tajo de Halloween al alumbrado navideño y a todas sus derivaciones decorativas, gastronómicas y consumistas. Además, tenía una debilidad: no había comedia romántica navideña a la que pudiera resistirse. Su cuerpo le  pedía romanticismo a manos llenas antes de empezar a devorar panettones, polvorones o dulces de chocolate.


Sentía que era el tiempo perfecto para deleitarse viendo  sus historias de amor preferidas, en un momento en el que la mayoría de los mortales conservaba la mente fría para no olvidarse de los regalos o de algún ingrediente para la cena navideña. Eran horas y horas frente a la pantalla con lágrimas y risas de amores hechos a la medida. Así que cuando Elena se terminaba las novedades de Netflix - que muchas veces la abrumaban con tanto argumento comercial, más parecido a  la receta mágica de un empalagoso budín navideño, con el mismo final feliz- siempre acudía a  los clásicos como 'Love actually',  'Algo para recordar' ó 'The Holiday'. Así que cuando tuvo la enésima discusión con su novio Esteban la noche justo antes de Navidad, tal vez como resultado de tapar huecos en el corazón con turrones o brillos navideños, no dudó en empacar su ropa en una pequeña maleta para pasar Navidad en casa de su mamá al otro lado del país y echar por la borda la paz navideña. 


Además, la fórmula no podía fallar, como tampoco falla en ninguna comedia romántica que se respete: Elena huiría, digna, hacia el aeropuerto y su amado, después de tomar un carro, moto o bici prestada y de esquivar todos los obstáculos de un típico tráfico navideño, llegaría al aeropuerto justo cuando ella intentara cruzar la puerta para abordar. Pero no fue así. Sentada, desconsolada en una dura silla después de hacer más de una docena de intentos de pasar la puerta de embarque, esperó a un novio que no apareció. Así que lloró al tropezarse con la realidad de su película romántica, se compró un helado y disfrutó por primera vez de un final diferente. 


En eso estaba, rumiando sus pensamientos y más arrepentida que el Grinch después de arruinar su Navidad por tonterías, y de haber perdido el impulso para ir donde su madre, cuando lo vió ahí, con su bufanda roja para el frío y su pelo alborotado. Finalmente había llegado para rescatarla de su amargura y entre sollozos y perdones  por no conseguir un carro prestado (el cuento es en Latinoamérica) volvieron a casa y por primera vez, antes de Navidad, comieron palomitas y vieron el súper clásico 'Duro de matar 4'.


__________________________________________________________________________________SANTO CLOS ME TIENE HARTO

Anayansi Arias


Odio a Santo Clos, es un loco terrorista, él y toda su partida de duendes, sobretodo el que se instala encima de la tele a vigilarme, un día me encontré al maldito espiándome desde el pie de mi cama, menos mal que mi gato Sombrita me hizo el favor de arrancarle la cabeza cuando mami salió a la tienda, y hablando de mami, fue con ella que llegó después de visitar a mi tía en Miami el año pasado, elfondechelf desgraciado, esos gringos estúpidos tenían que llevar el miedo organizado hasta el Polo Norte para luego dispersarlo por el mundo entero, pero ya me cansé de vivir todos los diciembres en estado de alerta para no acumular puntos en el departamento del carbón: que si no me como todo, carbón; que si no me lavo los dientes, carbón; que si no hago la tarea, carbón; mira ve, agarra todo ese carbón y métetelo por donde te quepa Santo Clos, me da igual que me traigas carbón! Eres un pandillero que no das un paso sin tu mara de venados con cuernos como espadas de Damocles, y el peor es ese Rudolf con su nariz radioactiva, que te ciega si te acercas demasiado a ver los regalos que jalan en ese trineo exterminador de pobres, que yo sé, yo sé que esos regalos son sólo para los niños con papases y mamases que pagan los viáticos de Santo Clos, los pelaos como yo nos quedamos todos los años esperando la pelota de fútbol último modelo o los tacos edición mundialista o la camiseta del portero más buscado, porque cuando uno va a reclamar la entrega del carbón de siempre, te salen con que Santo Clos no te trajo lo que habías puesto en la lista porqué solamente mereces carbón y que por eso Santo Clos nunca te trae nada, pero ya me cansé de tanta mentira y abuso, ese Santo Clos no me trae nada porque vivo en un multifamiliar y no en un pe-ache, de lo contrario ya tendría el álbum de figuritas de la FIFA completo, porque ni figuritas me trae el muy cabrón, así que este año les escribo a los Reyes Magos, parecen inclusivos y multiraciales y tienen hasta mejor marketing, severendo desfile que se montan por las calles de Madrid con camellos y baúles llenos de joyas y pastillas, yo lo ví en yutú lo de la cabalgata del 5 de enero, ya me pongo enseguida a escribirle unas líneas al Rey Baltasar, el que es igualito a mí papá pero mejor porque él de mí no se va a olvidar, pero por si acaso, también le voy a poner una posdata al obeso de la carcajada maléfica, no vaya a ser que este año la campaña difamatoria que le he montado en el salón se me venga abajo con la llegada sorpresiva del póster de la selección argentina, mejor cubrir todas las bases y no se hable más de lo harto que estoy de Santo Clos y de sus duendes y de sus venados, paz en la tierra y cascabel cascabel!


__________________________________________________________________________________NAVIDAD

Clara Sanchez


En empaque con rótulo de añoranzas existe un pasado bullicioso y en un remolino infinito donde el orden desaparece junto con la cordura y la serenidad. Los sonidos estridentes, los regalos sin lógica alguna, las noches sin descanso porque la fiesta no termina, la depredación de la capa vegetal buscando musgo para hacer el pesebre y buscando el árbol que sirviera de adorno para colgar los regalos, y luego llega como grito de huracán que  el musgo es el vestido más costoso que a adquirido la tierra su fina textura la mantiene viva y hermosa, aquel bullicio de todos en busca del piso del pesebre se ahoga y se oculta con ligereza ya no hablamos del paseo que suponía ir por él, porque ahora decidimos proteger al planeta y llenando aquel vacío; pasamos enloquecidos al Mercado y compramos un hermoso árbol más alto que el más alto de la familia para que el pronóstico de abundancia sé cumpliera y en el mismo movimiento ciclónico llenamos las casas con el pesebre hecho en plástico y de nuevo aquellas voces enfurecidas haciendo saber que el plástico contamina y aniquila el ecosistema, destruye la vida y deja cicatrices en el suelo donde cae. Veo que el miedo nos acompaña y es urgente liberarnos, descontaminar la humanidad de tanto ruido, encontrar un sendero que se haga camino para encontrar la luz y encontrarnos cómo seres que respondamos por nuestros actos y a la vida la llenemos por fin de silencio prolongado para qué paso a paso la navidad la celebremos cada día porque nos hemos encontrado, porque nos descubrimos en cada instante. En el bullicio nos hemos perdido en el silencio, nos encontramos con todo nuestro esplendor en la integridad plena de lo que somos y por lo tanto comprendemos que si destruimos el planeta las heridas las sentimos en este mismo cuerpo y en este mismo ser. Descubrir el hermoso vestido de la tierra cuando lo hemos destruido es caótico y nos humilla pensar que debemos asumir y responder para restaurar la belleza extinta sin piedad.

Salir de ese rótulo ciertamente nos lleva a un espectro luminoso, amoroso y simple. Vernos como parte plena e íntegra del universo asumir que en esa unión está lo divino y maravilloso de la vida. si descubrimos el amor la Navidad será cotidiana en cada despertar y

diciembre será el escenario de canciones y melodías que llene  de alegría el universo entero  por siempre.


__________________________________________________________________________________DECEMBRINA 

Lisandro Abaunza


A solo tres días de navidad, y a diez días, con trece horas, con cuarenta y dos minutos, y treinta segundos para año nuevo, llego a mi apartamento en las horas de la tarde, después de una buena rutina de ejercicio en el parque. Me dirijo a abrir la puerta, y mi vecino del 202, escucha a alto volumen la canción; el hijo ausente, del Pastor López, música decembrina. Me detengo un par de segundos para escuchar la canción, y un pequeño fragmento paraliza mis oídos, al mismo tiempo mi cuerpo; “otro año que pasa y yo tan lejos, otra navidad sin ver mi gente…”. Esas palabras me hicieron recordar que faltaba tres días para navidad, y diez días, con trece horas, con cuarenta minutos y trece segundos, para año nuevo. Me sentía en cuenta regresiva, me sentía lejos, a cuatrocientos veintiocho kilómetros lejos de mi tierra, de mi madre, de mis amigos. Así que recordé y extrañé en ese mismo instante, el calor de mi tierra, aunque me ponía la piel rojiza, a mi barrio, donde cada diciembre pintábamos los andenes, decorábamos los árboles con cantidades de luces; rojas, amarillas, verdes, o azules. A la música, al baile, y bailar hasta que los pies, nos diga; “Ya basta, es suficiente “. A esos vecinos, que siempre uno lleva en el alma. Al arbolito pequeño que ponía mi madre encima de la nevera, y ahí armaba la maravilla de un pesebre… ¿acaso no sería extraño, no extrañar?... Abro la puerta de mi apartamento, y cierro la puerta que silencia el sonido de aquella canción. No voy a negar, que mis ojos se debilitaron, y me puse a llorar. 


__________________________________________________________________________________LA HISTORIA DEL ÁRBOL DE NAVIDAD

Nicolás Ramajo


Me han llamado hereje. Me han llamado hereje y me han condenado, me han encerrado, han quemado mis investigaciones, borrado mis archivos, eliminado mi trabajo. Pero piensan que me han callado, sólo por confinarme en este rincón del mundo, en esta estrella lejana, al borde de la galaxia.


Pero pocas cosas más nos enseña la historia, pocas cosas más que esto: la palabra es como una enfermedad, se contagia rápido y se asimila con velocidad, y ya no hay cura suficiente para eliminarla.


Por eso hablo. Hablo solo. Porque la palabra pronunciada no se calla, no desaparece. También porque sé que hay micrófonos, grabadoras, archivos, bases de datos. Es una lenta viajera la palabra, casi como si en realidad no quisiera salir de casa, pero al fin y al cabo aventurera. Como una enfermedad, como una mutación genética, como la luz de las estrellas lejanas.


Soy arqueólogo e historiador, investigo el pasado para entender el presente, pero a veces no es fácil traer el pasado al presente, a veces, normalmente casi siempre, es difícil siquiera nombrarlo. El presente es impermeable, no deja pasar nada. Es profiláctico, y como la leche es blanco, y parece que brillara, pero en realidad es opaco.


Hoy, queridos carceleros, quiero contarles la historia del árbol de navidad, hoy que sé que están solos como yo en esta navidad, encerrados en su propia celda, condenados a escuchar mi voz, les regalo este cuento, esta historia.


Hace mucho, mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana, había una cosa llamada árbol de navidad. No se parecía en nada a nuestro holograma, era de carne y hueso, era real, era de madera, que es algo que no conocemos, pero que era una materia viva. La gente lo adoraba, le colgaba ofrendas de las ramas, que eran como sus brazos, brazos que nacían de un cuerpo largo y estirado hacia arriba. Los brazos, que podían ser miles, estaban cubiertos de vello verde, las manos eran nudos de donde salían más ramas o dedos, todos cubiertos de vello verde.

El árbol era la morada de un dios inmenso, que concedía regalos y favores. Sí, Papá Noel. El viejo Papá Noel no era un empleado del gobierno, no venía a cobrarnos los impuestos, era una deidad adorada en el mundo entero. Una vez al año, por estas fechas, salía de su casa sin que nadie lo viera y recorría el mundo concediendo deseos.


Durante siglos, tal vez milenios, el árbol fue el centro del mundo. La gente peregrinaba, años tras año, navidad tras navidad, para verlo y adorarlo, esperando ver el milagro de la aparición de Papá Noel, el dadivoso.


Fueron largos tiempos de paz. La gente no tenía nada, sólo su deseo anual. No había guerras ni luchas, no había nada por lo que pelear. Nadie tenía más que nadie, fue una época de igualdad. Hasta que un día, alguien, sin que nadie lo notase, tal vez con maldad o tal vez como ofrenda, se acercó al árbol con una pequeña “llama”, una llama de “fuego”, que es otro elemento que no conocemos, pero no porque no exista ya, sino porque desde ese día está prohibido. Y pasó lo que, según mis investigaciones, ya había pasado antes, el árbol de navidad ardió. Y es desde entonces que, tratando de mantener firme su memoria, ponemos en casa, cada navidad, un holograma.


Despacio las cosas fueron cambiando, Papá Noel se transformó en un recaudador de impuestos, y el árbol de navidad en una copia de una copia de una copia infinitamente tergiversada, hasta convertirse en el holograma multiforme que ponemos en casa, que ustedes, escuchadores, guardias sonámbulos, ponen en sus solitarias casas.


Pero eso no es todo. Esa es sólo la historia. Ahora les voy a contar la verdadera historia, la prehistoria del árbol de navidad. Les voy a contar la verdad que tanto miedo genera, y por la que me han ocultado en esta celda.


Antes, mucho antes, siglos, milenios antes del árbol de navidad de esta historia, antes del “último” árbol de navidad, el mundo, nuestro planeta original, estaba cubierto por árboles de navidad, en grupos llamados bosques y selvas. Los árboles de navidad no recibían ofrendas sino que las ofrecían, en forma de comida que nos obsequiaban con sus manos. Papá Noel no era un dios, sino un simple viejo gordo que una vez al año salía a repartir regalos por el mundo, bebiendo grandes cantidades de una extraña bebida que lo mantenía despierto toda la noche, para tampoco ser visto. Lo extraño es que aunque nadie lo viera había imágenes suyas por todos lados.


Ya sé que es difícil de imaginar, pero es que nos han atrofiado la imaginación. Piensen en un mundo lleno de personas que ofrecen comida en sus manos, y que por donde vayamos, podemos coger lo que queramos y alimentarnos. Ahora piensen que no son personas, sino estatuas, pero estatuas vivas. Así es como era el mundo antes. Y lo que te faltaba, se lo pedías a Papá Noel, y él te lo traía una vez por año.


Incluso les digo más. Esos bosques, esas selvas, esos árboles de navidad, una vez fueron todo lo que había sobre la superficie del planeta.


Pero, dirán ustedes, mis queridos carcelarios, ¿qué pasó, qué habrá pasado? ¿Cómo pasamos de eso a esto? ¿Dónde quedaron todos esos árboles de navidad?

Pues, parece ser que esos deseos no eran gratis, no eran regalos. Cada deseo equivalía a un árbol de navidad. Cada persona pedía un deseo al año, así que podrán imaginar, si hacen los cálculos, qué pasó al final.


¿Cómo sabemos eso? Pues la verdad es que no estamos seguros. Lo único que sabemos es que cada vez había más cosas y menos árboles de navidad.


__________________________________________________________________________________EL MEJOR REGALO 

Alejandro Marseglia


La primera escena de la historia transcurre en un departamento del coqueto barrio de la Recoleta, en donde Antonio, cabizbajo e incrédulo sigue suplicando perdón a Rocío, que se mantiene impertérrita.


 - ¡Te vas! - ataca Rocío. 

- Pero, mi cielo, ya te pedí perdón mil veces…

 - En qué idioma hablo yo? Acaso no entendés? 

¡Te vas!

- Ya te expliqué, Roci, sólo nos tomamos unas cervezas, las chicas aparecieron de no sé dónde, yo no les presté atención.

 - Ay, pobrecito el señorito Antonito que no se da cuenta de nada, el inocente. 

- Cuchá, cuchá, en serio, los pibes te pueden decir la verd… 

- Ah, jajaja - interrumpe Rocío con risa forzada. 

- Justamente iba a ir a preguntarle a tus amigos. 

- Pará, yo sé que los pibes son quilomberos, pero no son tan tarados como para llevar minas, saben que yo estoy comprometido. 

- No entendés que tus excusas no me interesan y ya estoy cansada de escucharte? -Le escupe Rocío con desgano.

 - Roci, además faltan cuatro días para Navidad, no me voy a ir ahora. -El rostro de Antonio parece estar al borde de las lágrimas.

 - Tenés diez minutos para llevarte lo que necesitás, cuando vuelva te tiro todo por el balcón.-Y sale por una puerta al costado. 


Termina la primera escena con Antonio llenando una valija con sus cosas y murmurando, quebrado en llanto. 


La segunda escena se desarrolla en un bar frente al cementerio de la Recoleta, con Antonio de hombros caídos, ojeras oscuras y la ropa toda arrugada, sentado frente a Gerardo, (el ruso) y al costado de Rubén, que se expresaba así:


 - Pará, ruso, te está diciendo que la ama

 - Que la ama qué. Qué. Qué ama qué. Ahora nos vamos a poner a filosofar sobre qué es el amor? Eh? Boludo. Sabés qué es el amor? Es un constructo de la mente que nos hace creer que necesitamos a alguien para ser feliz. Esto viene de todas esas boludeces de la media naranja y toda esa mierda. 

- Pará, ruso, a qué tranvía te subiste! -Le espeta Rubén. -Que a vos te haya ido mal con las mujeres no quiere decir que no exista el amor. 

- Cómo, cómo? ¿Que me fue mal? A ellas les fue peor, que se perdieron este bocadito Cabsha, este alfajorcito Havanna.

 - Que yo la amo… -Murmura Antonio. 

- Uy, pará ruso, no sos siempre el ombligo del mundo, viste, ahora hablemos de lo que le pasa a Anto, que nos necesita. -Dice Rubén bufando 

- Ya sé, boludo, estaba rompiendo un poco la tensión

 - Lo que estás rompiendo son las bolas 

- Nadie me entiende… Es que yo la amo, cómo vivo sin ella? 

- ¿Cómo hago yo, boludo, felíz, quién las necesita? 

- Podés parar de una vez! Escucháme, Anto, y si vas a hablarle de nuevo? 

- Ya lo intenté y me corta sin atenderme. 

- Y si le hablás de otro celu? Querés el mío? 

- Ella ya tiene el número de ustedes, se los dí por si acaso.

 - Y buscamos otro celu…

 - Me va a cortar en cuanto me oiga. 

- Escucháme, ruso, decíle que siempre hay una segunda oportunidad. Nunca es tarde… - Nunca es tarde, nunca es tarde, a veces es tarde, es más, pocas veces te dan segundas oportunidades. Son unas turras las minas, son.

 - Uh, loco, dejá de tirar pálidas, hay que encontrarle una solución al problema de Anto. 

- Y yo qué sé, boludo. A mí me venís a preguntar, boludo?

- Tenés razón, soy un boludo, preguntarte a vos es como rasguñar una pared, es más, ahora voy y me pego la cabeza contra el marco de la puerta y me duele menos que escucharte. 


Mientras se sucedían los últimos comentarios, Antonio se levantó de su silla y mientras se encaminaba para salir de la escena del bar por una puerta lateral, alcanzó a decir 


- Chau, muchachos. -Mientras murmuraba - Es que yo la amo. 

Pero ya no lo escucharon, enfrascados en sus propias contiendas verbales, que van bajando de volúmen, dando cierre a la segunda escena. 


La última escena se desarrolla en el comedor del departamento de Rocío, en donde está cenando con sus padres y su hermana menor la noche de Nochebuena. 


- Pero m'ija, ya se te va a pasar y vas a conseguir otro muchacho mejor. 

- Ay, papá, es que yo lo amo.

 - Si lo amaras no lo hubieras echado de tu casa. 

- Mamá, cualquiera puede equivocarse, además yo tenía razón. 

- Entonces ahora no te quejes, no tiene sentido llorar sobre la leche derramada. 

- Pero querida, no seas tan terminante. -Dijo el padre.

 - Mamá tiene razón, hubieras discutido, lo hubieras pellizcado (como le hago yo a Darío, jaja), pero no lo hubieras echado. -Aclara disfrutando la hermana menor. 

- Nena, metéte en tus asuntos que nadie te dió vela en este entierro. Además vos hubieras hecho lo mismo si te hubieran engañado. 

- Nena! -Le escupe la hermana menor. - A mí nadie me engaña porque valgo mi peso en oro, además porque lo mato. 

- Viste, viste, a vos también te hubiera jodido…

 - Bueno, bueno, cuidado con el lenguaje. -Interrumpe el padre.

 - A vos también te hubiera molestado que te metan los cuernos. -Repite Rocío. 

- Pero, ¿y quién te metió los cuernos a vos? Si ya te dijo que estaba tomando unas cervez… 

- Nena, vos te creés que me va a decir la verdad "mirá, mi amor, estaba medio borracho y me tiré una mina" 

- Epa, epa, cuidando el lenguaje! 

- Uh papá, él hubiera hablado así.

 - Pero tu boca es la de una dama. 

- Además para qué te pagamos tu educación si parecés una letrina! 

- Mamá, otra vez?! 

- Mamá tiene razón, al final siempre te estás quejando de todo. 

- ¡Nena me tenés podrida! Si mamá no dijo ni mierda sobre mis quejas. 

- Cuidando el leng… 

- Papáááá!!!! -Gritaron al unísono las hermanas. 

- Dejen a su padre tranquilo que bastante tiene con… 

- Con aguantarte, jaja! -Dice la hermana menor.

 - Iba a decir con todo el trabajo que tiene en la empresa, maleducada. 

- Bueno, bueno… -Dice el padre en un intento de apaciguar los ánimos. 


Mientras, se escucha ruido de llaves en la cerradura. Todos en la mesa quedaron petrificados, cariacontecidos, demudados. 

- Buenas noches, feliz Nochebuena. -Aparece vergonzoso Antonio, con un paquete de regalo en sus brazos. 

- Miamor, miamor!!! Se levantó Rocío de su silla, y fue corriendo a abrazarlo.

 - Te traje un regalo de Papá Noel. -Dijo Antonio a medias, con sus labios apretados por un beso estruendoso y estrujado en el abrazo de ella. 


Rocío respondió muy suave, al oído de Antonio: 

- Mi amor, vos sos mi mejor regalo de Navidad! 


Fin de la historia.


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EL ÁRBOL DE NAVIDAD

Viviana Acosta

Érase una vez… un diciembre sin nada que contar, mucho frio y mucho ruido por aquí y por allá.

 Todo era un motivo para sonreír... Abrazar. Amar. Como en un mes navideño normal.

Hasta que llega enero y se rompe la burbuja, se acaban las risas, las canciones y la bulla.

Yo soy un hombre de familia normal y odio la navidad; mi esposa y mis hijas, la aman a rabiar.

Desde mitad de noviembre se desviven con los regalos, los dulces y el fin de año.

Las dejo ser… pero este año. ¡Ay este año! El árbol se ha dañado, debe ser reemplazado, y yo he sido designado como el encargado.

Cada día lo he olvidado hasta que me han regañado pues era primero de diciembre y nada había comprado.

Un hombre con tres mujeres en casa gasta mucha plata, así que he buscado una opción buena, bonita y barata.

Era un pino en matera, grande, diferente de hojas palmeadas, pensé que era una especie rara.

En casa nos gustan las plantas, quería usarlo esta navidad para decorar y al año siguiente llevarlo al patio a trasplantar.

Todo era mucho jijí jajá mientras llegaba el envío… pero una vez llegó, mi esposa Gritó ¡Ay Dios mío!

Y es que luego de quitar la envoltura, nos dimos cuenta de la desventura.

Lo que teníamos ante nuestros ojos, no era un Pinus canariensis era más bien Cannabis chinensis.

Estuvimos un rato sin hablar... luego nos reímos hasta llorar.

Decidimos que el amigo casi ilegal, se iría de inmediato al patio de atrás, y las chicas irían a comprar algo por lo que no nos fueran a encarcelar.

Y colorín colorado... Esta desventura ha acabado con un árbol fue plantado y un cuento terminado.

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