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Reto de marzo 2: Descripción de una mujer

Varios

15 feb 2023

Es hora de rendirle homenaje a una mujer. Puede ser conocida o desconocida, célebre o anónima. La libertad es absoluta para encontrar tu personaje femenino.

SIN TÍTULO

Karina Gutiérrez

Esta la historia de una mujer real. Mi abuela, la mamá de mi papá.

Nació en Barranquilla en el año de nuestro Señor, 1933. Hija extramatrimonial de un inmigrante judío venido de las Antillas holandesas y una colombiana. Sus primeros años fueron buenos años. Su padre, mi bisabuelo, era un hombre rico. Mi abuela estudió en el Colegio Barranquilla, una escuela para señoritas hijas de familias pudientes. En esa primera etapa conoció el lujo que pronto desaparecería de su vida para nunca más volver. Todos los días la recogía un carruaje tirado por caballos para llevarla a la escuela. De su cuello y de sus orejas colgaban  joyas de oro y piedras preciosas, regalo de su papá.

A los nueve años sucedió el primero de los eventos que trastornarían su vida para siempre. Su padre murió de repente. Entonces sus hermanos mayores se encargaron de recordarle su condición de hija bastarda y, ni bien enterrado el padre, les quitaron a ella y a su mamá todo cuanto el difunto les había dejado. Mi bisabuela, a su vez, se encargó de recordarle cada día, por el resto de los años que le quedaban, que no solo que era una bastarda, sino que, además, era pobre y negra.

Atrás quedó el lujo. Atrás quedó la educación también. No pudo terminar la primaria y las inquietudes intelectuales que la acompañaban desde niña se vieron remplazadas por una realidad más mundana: la necesidad de ganarse el plato de comida. Mi abuela tuvo que empezar a trabajar en una fábrica de bombones en la que su tarea era insertar el palito plástico mientras el dulce todavía estaba caliente. Las yemas de sus deditos se quemaban, la piel se pelaba. Allí, a esa tierna edad, conoció la humillación y el trabajo duro con dolor físico.

Mi bisabuela ya tenía otra hija de una unión anterior, pero esa era blanca. El trato era distinto.

La experiencia empezó a destilar en ella cierta dureza de carácter que se volvería un rasgo de su persona.

De su adolescencia no me ha contado gran cosa, salvo que apenas cumplidos los veinte conoció al que sería mi abuelo. Un tolimense doce años mayor con el que se casó después de un corto noviazgo.

Mi abuelo era el típico hombre de su época: proveedor, machista y mujeriego con una idea clara de lo que debía ser una esposa. Era un mecánico de maquinaria pesada cuyo trabajo lo llevaba a recorrer en su camioneta las carreteras de Colombia.

La pareja se mudó a Santa Marta. El trabajo de mi abuelo era suficientemente bueno como para que no les faltara nada material. Entre viaje y viaje, se las arreglaron para engendrar cuatro varones y dos hembras. Seis hijos en total. Mi abuela asumió su rol de ama de casa y esposa abnegada que creía que le correspondía. Las amantes eran conocidas, pero mi abuelo lo había dejado claro: era su derecho como hombre tener tantas mujeres como le permitiera su hombría Mi abuela era la esposa y, como tal, su papel no era reclamar. Además, siempre sería la esposa. No tenía nada de qué preocuparse. Las demás eran desechables; ella era una dama.

La vida era estable, si bien no creo que fuera feliz. Entonces pasó lo impensable. Mi abuela recibió la noticia que desgarraría su existencia. Se sintió como un cataclismo, una fuerza que la arrancaba del suelo y destruía la tranquilidad vital que había alcanzado: mi abuelo había sufrido un accidente en la carretera. El timón del vehículo se incrustó en su abdomen y después de una agonía de varios días en un hospital, falleció.

Treinta y siete años. Viuda. Seis hijos. El mayor tenía 14, la menor tenía 7. Dos seguros de vida y una casa fue lo que quedó.  Con el dinero de los seguros compró otra casa para arrendarla y con las rentas, subsistir. No era suficiente, por supuesto.

Empezó una nueva lucha. La de alimentar seis bocas. Otra vez, ganarse el sustento. Mi abuela se levantaba a las 4 de la madrugada a pelar maíz, hacer la mazamorra, preparar la avena. En fin, el desayuno para los siete. De ahí, despachar los hijos al colegio y salir a la calle para proveer. Mi abuela hizo de todo: viajaba a Maicao a comprar mercancía que entraba de contrabando para revenderla, venderles el desayuno a las prostitutas del barrio, limpiar casas. Lo que fuera. Cualquier cosa.

De la escasez logró sacar fuerzas. Pero esa escasez también la marcó. Dos veces en su vida lo había perdido todo. No habría una tercera. Aprendió a gastar lo menos posible. A contar cada centavo, a acumular y a guardar para los tiempos malos que vendrían, aún a costa de su propia comodidad.

También llegó la soledad. Nunca volvió a casarse ni a vivir con nadie. Se consagró al cuidado de los hijos. Pero con esa consagración también nació el apego. Cuando esos mismos hijos crecieron y empezaron a marcharse para hacer sus propias vidas, mi abuela lo percibió como un nuevo abandono. Entonces la dureza y el resentimiento ganaron fuerzas hasta casi sofocar el amor. Rechazó a todas y cada una de las esposas de sus hijos y a todos y cada uno de los esposos de sus hijas. Con ponzoña se la ha oído decir que sus hijos la abandonaron y que merecen estar solos así como ella se quedó sola.

Nunca llegó a soltar el pasado. Así como conservó los muebles que compró con mi abuelo cuando se casaron, también guardó las ofensas, grandes o pequeñas, reales o percibidas, que recibió de sus hijos y de su esposo. Las atesoró en su interior para no dejarlas ir. Con lujo de detalles puede recitar las palabras dichas en una discusión con cualquiera de sus hijos hace cuarenta años.

Esa es la abuela que yo conozco. Una gran conversadora, con una habilidad para contar historias de fantasmas que de niña me hacían temblar. Una ávida lectora que ha tratado de compensar su falta de educación formal, leyendo buenos libros y escuchando a quienes pueden enseñarle algo. Una mujer inteligente que podría haber sido cualquier cosa que se propusiera, si hubiese tenido la oportunidad. La misma que de niña no me expresó amor nunca, la que me ha dado tres regalos en toda mi vida. Una mujer con una personalidad agriada por el resentimiento y el dolor.  


Una mujer activa, fuerte, a la que nada ni nadie podía detener. A los 88 años, mi abuela seguía al frente de la administración de las propiedades que logró adquirir a lo largo de su vida y que le daban la renta necesaria para sostenerse sin depender económicamente de ninguno de sus hijos.

A esa edad recibió otro golpe; la diabetes que la aquejó por largo tiempo finalmente le causó un daño irreversible. La pierna izquierda se deterioró hasta el punto de que tuvieron que amputarla por encima de la rodilla. La mujer que apenas unos meses antes salía sola a la calle a atender sus negocios, quedó confinada en una silla de ruedas.

En los últimos años he intentado acercarme a ella para conocerla y comprender mejor sus contradicciones. Sé que nunca seremos cercanas, pero se ha establecido entre nosotras una especie de amistad tardía. Yo a mis 43 años. Ella a sus 90. Su mente sigue siendo aguda, pero ahora, cuando la visito, veo en sus ojos una infinita tristeza y algo más: temor a la muerte. Espero que halle descanso. Espero que encuentre la paz.


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MAMÁ COCODRILO

Enrique Patiño

Mi mamá es peligrosa, mortal y dulce. Su boca es temible para otros, pero un paraíso para mí. En su cavidad rugosa, seca, rasposa, áspera y amable he pasado los mejores días de mi vida. Con ella, nos protege a mis hermanos y a mí del mundo. Plena de cavidades, de molares sólidos, sus 80 dientes alternados nos resguardan y su lengua nos sirve de cama. El mundo, desde su boca abierta, es un hogar y una ventana. Allí saboreamos los alimentos frescos de los animales que poco antes ha cazado a dentelladas. Allí navegamos y tomamos el sol. 

Mamá es perfecta. Puede que sea inexpresiva, pero es sensible: llora cuando mastica alimentos y sus dientes afilados nos sujetan con amor cuando nos alejamos. Somos su aliento de vida.

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PIANO Y PISCINA

Nicolás Dávila

S era la cuarta. Una hermana mayor, la reina de la casa (autoproclamada), y dos hermanos, la antecedían en el árbol que se completó con dos hombres más (los menores) y otras dos mujeres que sucedieron a S, una tan sólo once meses menor.

S aprendió a nadar en una piscina al aire libre en medio del frío bogotano. Por las tardes, salía del colegio y se iba a entrenar, bajo la dirección de un joven entrenador que, años después, le enseñó a nadar a sus hijos.

Callada, tímida, acompañada por una niñera y los hermanos menores, S nadaba tranquila mientras su más grande contrincante entrenaba en el carril de al lado bajo los incesantes gritos y vituperios de un padre de origen alemán que no aceptaba un segundo puesto.

Cuando no nadaba, S llegaba a tomar y practicar piano en su casa. Siendo niña, S tocó en una presentación en el Teatro Colón algunas piezas de Beethoven y de Mozart.

Siendo adolescente, S clasificó a los Juegos Centroamericanos y del Caribe para las pruebas de 800 y 1600 metros libre.

Cuando se le presentó la oportunidad, se inscribió para estudiar piano en la Real Escuela de Música, en Londres.

Pero S nació en una época en que la mujer era considerada un bien más del haber del padre y del marido.

Ni los juegos ni la escuela vieron a S.

Años después cumplió su sueño graduándose de música de una universidad bogotana.

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UNA CUCARACHA EN BAILE DE GALLINAS

Anayansi Arias

Mi nombre es Gloria Karamañites y una noche de marzo de 1980 me convertí en la primera Miss Panamá negra.

 Mi origen es afro por parte de madre y griego por parte de padre. Yo nací en Isla Colón, Bocas del Toro, donde mi abuelo materno plantó su bandera jamaiquina, mientras que mi abuelo  Karamañites navegó desde Atenas a la Ciudad de Colón, provincia de Colón, donde luego yo también atraqué a los seis años.

 Mi infancia transcurrió en un ambiente inclusivo y sin mayores sobresaltos, hasta que llegó mi último año de la secundaria en el Colegio Abel Bravo y me hice miembro del grupo izquierdista Guaycucho NIR. El gobierno del entonces presidente Demetrio Lakas proponía reactivar la  economía y combatir el desempleo en Colón con la apertura de más prostíbulos, así que nos lanzamos a la calle y quemamos todo.

 Mi mamá era empleada pública, estaba a punto de perder su trabajo por mi activismo, y de repente apareció una señora muy insistente que me dijo que tenía mucho potencial como modelo, que me inscribiera en el concurso Miss Panamá para Miss Universo hasta que se calmaran las aguas. Yo le seguí el juego, y de las 32 chicas inscritas, terminé entre las 15 que participarían en el Miss Panamá.

 Yo era la única candidata negra. La población panameña tiene muchos indígenas, les siguen los mulatos y las descendencias afro, siendo la real minoría los de ascendencia blanca. Sin embargo, en el concurso no había ni una representante negra.

 Tenía claro que no era aceptada, pero al final sí lo fui porque los organizadores usaron mi raza como una estrategia de mercadeo: era una forma de vender, de dar la imagen de que había un compendio de razas mestizas, blancas, negras.

 Eso era lo que se veía superficialmente. Tras bastidores era otra cosa: en el jurado había mucha gente de plata con doble apellido y fueron ellos los que rotundamente se negaron a elegirme. De hecho, la dueña del concurso en ese entonces, Carolina Chiari, dijo que yo ganaría sólo sobre su cadáver.

 No era pues, solamente, un tema de raza, sino también de clase social e inclusive de poder. La primera finalista fue una sobrina del dictador de turno el General Omar Torrijos Herrera, y nadie vio raro que ya una de las hermanas había ganado en años anteriores. Eran familias que tenían a Panamá como su finca privada, lo que ellos decían era lo que se hacía. Esta era la normalidad que se percibía hasta que llegué yo y les alboroté el avispero!

 Cuando gané el Miss Panamá y la prensa me entrevistó, dije que el convertirme en la primera Miss Panamá negra era una oportunidad para que se abriera un mundo de posibilidades para todas esas personas que veían como un obstáculo su raza y clase.

 

Enseguida intentaron que renunciara. Unas señoras del Club Unión se reunieron para decidir que yo no era digna representante de Panamá y juntaron diez mil dólares para dármelos a cambio de mi renuncia.

 Si hoy es mucho dinero, imagínense hace cuarenta años! Yo nunca había visto diez mil dólares juntos, ni mucho menos mil, así que pensé: Ah, bueno, que vengan los dolitas si me los quieren dar!

 Mi plan era tomar el dinero y usarlo para apoyar a mis compañeros del Guaycucho NIR en Colón, pero me invitaron a desfilar en Colombia antes de ir a Corea del Sur donde se celebraría el Miss Universo. Las doñas se quedaron vestidas y alborotadas para darme el dinero, y yo ya no pude renunciar a mi participación en el concurso. No obstante, hicieron público que me lo entregaron y que me lo gasté para el concurso en Seúl. Patidifusas se quedaron también cuando quedé entre las 12 finalistas en el Miss Universo.

 Cuatro décadas más tarde aún sigo esperando la bicicleta, las alhajas, los dos mil dólares y el juego de muebles de ratán que los organizadores del concurso Miss Panamá me prometió y nunca me dió. Los que sí se portaron muy bellos conmigo fueron los de la Sociedad del Museo Afroantillano: con lo recaudado en una colecta, me compraron un carro muy bonito, un Daihatsu Charmant del año, color celeste con tapicería blanca!

 Carro aparte, el impacto que tuve sobre  muchas niñas con deseo de superación fue mi mayor regalo. El hecho de que yo me hubiera convertido en la primera Miss Panamá proveniente de una ciudad percibida como pobre y llena de maleantes, que lo que tengo es por mi esfuerzo y por mi educación, y no por ser de familia de alcurnia, fue inspiración para todo el que aspiraba a participar en diversos ámbitos de la vida social, económica y política de Panamá. Es más, yo le abrí el camino a otras niñas negras en el Miss Panamá, como Gloria Quintana (1989), Tanisha Drummond (1997) y Yomatzy Hazlewood (2014).

 Me llena de orgullo saber que esta cucaracha salió airosa de aquel baile de gallinas!

Este relato fue adaptado de diversas entrevistas otorgadas por Gloria Karamañites en el 2021 para promocionar el documental 'Miss Panamá', realizado por su hija Lamar Iposa Bailey Karamañites y que fuera presentado en el Tribeca Film Festival de Nueva York en el 2021.

https://www.google.com/amp/s/www.elespanol.com/mujer/20230130/gloria-karamanites-siento-negra-no-quiero-cambiarlo/734176909_0.amp.html

 https://elfarodelcanal.com/cuando-se-rompio-el-hielo/

 Sigan a Lamar en IG @lamar_iposa y a Gloria @gloria.karamanites para más información sobre sus causas y futuros eventos y rendirles homenaje como las mujeres ilustres que son, no sólo por este mes de marzo…


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BROTAS DE MÍ

Alejandro Marseglia


Las reglas de este desafío me imponen que escriba sobre tu vida desde un momento específico, un hito importante, pero sólo yo sé que cada día de tus noventa y cuatro años vividos fue desencadenante de pasiones en la existencia de otros. Porque tu pasar por este plano terrenal, si bien no se ha hecho conocido, aún hoy sigue dando frutos, y lo seguirá dando en mis hijos y mis nietos y en cada persona a la que toquemos con el perfume floral del amor, porque tu vida ha sido de entrega, y yo he sido uno de los que ha heredado tus dones.


Sesenta años atrás me metí en tu historia sin pedir permiso, con tres meses de vida mis padres me alejaron de su lado (con argumentos válidos, se dijeron) y cambiaron mi destino rotundamente. Los siguientes nueve años fueron los que formaron el hombre amoroso que soy, comprensivo y entregado, en un intento de devolver tanto de lo que recibí de vos, mi amada tía Bibi. Ah, y que aún sigo recibiendo, porque, bien sé, que tu espíritu sigue sacándome de apuros.


Para que otras mentes puedan visualizarte, puedo contar que naciste en Italia en 1905 y llegaste a Buenos Aires siendo niña. Pero cuando te conocí, el mapa que dibujaba la piel de tu cara ya mostraba las penas y las alegrías que pasaste para llegar al tesoro de tu corazón. 

Puedo hablar del lunar de tu frente que hacía de timbre en mis pequeños dedos, jugando a ver si estabas atenta y abrías los ojos, aún dormida. 

También puedo poner tu figura en contexto, rolliza y con una joroba, y de andar lento, de pies arrastrados debido a los clavos en ambas rodillas, consecuencia de unas cuántas rodadas por las escaleras, y a las várices como culebras que surcaban tus piernas. 


Pero tu cara y tu cuerpo no te definieron, tal vez lo que puedo destacar, sobre todo para el que quiere oír, para el buscador, para el que entra en la oscuridad de su alma y no encuentra retorno, es que no necesitaste educación formal, ni atiborrarte de lectura para conectar con la belleza de tu alma y derramar tanto amor en cada acto desinteresado que realizaste.


Por eso hoy que me toca escribir sobre una mujer, y ni un segundo pude pensar en otra más que en vos, dejo plasmado en mi agradecimiento por todo lo que me diste (me hiciste), el agradecimiento a todas las mujeres que callada y mansamente, pero con todo el brío maternal, hacen de cada día una entrega y cambian el mundo esparciendo amor.


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SIN TÍTULO

Piedad Granados

Ahí estaba esta mañana. Como siempre.  Con su cigarrillo en mano y el humo empañando su mirada melancólica que evidentemente dirigía hacia el gris del cielo del fin del invierno. Nunca nos hemos dirigido la palabra. Ella en su balcón y yo tras las cortinilla fisgoneando. Jugué a meterme en sus zapatos y le estampé mis cabellos grises en su melena descontrolada de recién levantada y mis patas de gallina en el rabillo de sus ojos. 

Imposible dibujarle una sonrisa en el rostro. Tengo la impresión de que su vida se pasea por aguas turbias y fangosas. Es una pendeja impresión. 

Con el cigarrillo colgando en los labios toma la jarra y baña las plantas. Creo que lo hace siempre. Ella está en un piso más alto y es poco lo que alcanzo a ver y a sentir. Me veo en ella. Envuelta en una silenciosa soledad que me produce pánico. Viste un pantalón oscuro y se cubre con un suéter largo y también de color oscuro. Hace frío en la mañana. Me sirvo un café tratando de evitarla pero sigue ahí. Sin cigarrillo y con la cara larga todavía. Tal vez se llama Ludovica o Maria. O puede ser que su nombre sea Francisca a Bernarda. Cualquier nombre puede ser. Siento sus ojos en mi ventana. Estoy casi segura que siente mi presencia detrás de la cortinilla. Evito moverme y hasta respirar. Que horror que descubra mi abusiva curiosidad. 

Yo solo quería observar mi figura en su humanidad.  Vuelvo a imaginar mi sonrisa dibujada en sus labios y  trato de inyectarle un poco de dulzura. ¡Imposible! 

Se gira. Abre la puerta que la lleva dentro de casa. Escucho el sonido de la manija ajustándose. La luz está encendida. No sé quién la espera dentro. No sé si sus días se iluminan con la claridad de la paz, si escucha la radio, si bebe el café o el té. No sé si el espejo la destruye inventándole falsas historias. No sé nada. Doy un último vistazo. La luz sigue encendida. Yo me retiro. Vuelvo a mi realidad. Me miro al espejo y ahí están mis cabellos grises y mis patas de gallina. Sonrío. Esta si soy yo. Una bruja ambulante buscando historias dentro de las historias.


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DESCONOCER(ME) PARA RECONOCER(TE)

Andreína León

Alejada, distante, ajena… lidiando con ese sentimiento que empezó como una vela y terminó arrasando con todo cual incendio forestal. En ese momento me desconocía, te desconocía… nos desconocía. 


Pero los años pasan y el dolor se disipa, o al menos se aprende a vivir con él… hasta que un día vi mi reflejo, pero no hizo falta espejo, vi mi reflejo desde adentro, cuando estaba jugando a ser niña otra vez ahora desde mi nuevo rol y de pronto ya no era yo, nuevamente me desconocí… era tan claro, esta vez eras tú en mí. 


Los recuerdos eran tan vivos que no se sentían como tal, sino más bien como que los estuviese viviendo por segunda vez, como si de una segunda oportunidad se tratara… podía sentir tu piel tersa y suave, ese aroma tan característico que desprendías después de usar tu crema favorita y con el cual me envolvías al abrazarme, escuchar tu risa y alegrarme con la sonrisa en tu cara… 


Después de tanto tiempo, logré ponerme en tu piel y dejé de juzgarte para por fin entenderte, verme haciendo lo que hiciste por mucho tiempo me permitió entender que simplemente todo este tiempo buscabas tener una voz, que fue mucho el tiempo que te sentiste encerrada, en un estado inerte, que no vivías sino sobrevivías y preferiste dejarte morir… pero un día decidiste despertar, decidiste volver a ser tú, a entenderte y a redescubrirte… Y me alegró tanto, genuinamente puedo decir que me alegró… pero eran mucho los sentimientos encontrados, estaba feliz por finalmente haberte comprendido y estaba triste por haberlo hecho tan tarde. 


Me veo en el espejo y gracias a ti, a tu irreverencia, a tus ganas por redescubrirte, ahora me reconozco, te reconozco… nos reconozco.


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LA MUJER DE MI EXISTENCIA

Bárbara Zambrano

Vivir y existir son cosas diferentes, estar viva me permite analizar mi existencia, conocer quien soy y de donde vengo, indagar en los campos de mi consciencia y escudriñar la esencia de mi ser ¿solo estoy viva o en realidad existo en más de un mundo? 


Cuando Dalí dijo que era evidente que existían otros mundos, pienso que lo dijo haciendo referencia a los mundos que él creaba para mejorar su propia existencia, textualmente nos decía que esos otros mundos están en el nuestro, residen en la tierra y precisamente en el centro de la cúpula de su museo, donde estaba todo el nuevo mundo del surrealismo. Nos invitaba a ver sus mundos, ¿y cuánto puedes ver de Dalí en sus cuadros? Claro, eso es fácil para un pintor, un escritor, un músico o cualquier otro artista. Ellos siempre tiene recursos para mostrar sus mundos, sus sentimientos, sus emociones o sus ideales, pero una mujer como ella, se le dificulta expresar todo aquello que la define, no me deja pistas de lo que piensa, siente o cree y la tarea de asumir o imaginar es muy difícil para mí, es complicado porque siempre termino herida. 


La he pensado de muchas maneras a través del tiempo, sin embargo, la definiría como una mujer trabajadora, hermosa y fuerte, una madre y también una adolescente, inexperta en la materia de la concepción y una niña jugando a amar apasionadamente, fue víctima de las redes que se hilan en el mundo de la responsabilidad pero se enredó entre sus propios hilos. Seguro experimentó tantos miedos que su pequeño cuerpo no podía ni tolerarlo y la imagino inundando noches de angustia y desesperación porque nadie quiere ser empujado a un abismo de incumbencias. 


Cuando por error escuche todas las veces que intentó deshacerse de mí, siendo yo solo una semilla, su tono era seguro y cálido, confirmó que el destino y la vida querían que yo viviera, ese día me pregunte ¿porque el destino me salvaría?, ¿porque la vida quería que estuviera aquí? o ¿porque esas dos si deseaban mi vida y ella no? Irónicamente ambas palabras son femeninas, son mujeres y empezaban a tener un sentido materno que no solía palpar en ella. Me pase mucho tiempo pensando en la vida, en la existencia y paralelamente lo rechazaba, una idea flotaba en el ambiente de mi soledad, siempre resaltando la muerte que no se logró al inicio y que yo podía decidir al final. Creo que allí comenzó mi apego hacia las palabras, la literatura o a la filosofía. 


En ese entonces no comprendia a plenitud la información que tanto me dolía, sin embargo siempre encontraba consuelo en una parte no visible de mi, una parte en la que aun busco maneras de expresar lo que llevó dentro de mi y las personas que quieran, puedan discernir, lo logren tal y como yo no lo puedo hacer con ella. Extrañamente a medida que me desarrollé, creció la necesidad de entender y justificar, eso me hizo muy sensible a las acciones o las palabras de los demás y así empecé a desarrollar la empatía, esa misma empatía que favoreció la idea que fui construyendo de esa mujer. 


La adultez llega cargada de sentimientos inconclusos que se deben tejer con las emociones de tus propios recuerdos, la contradicción es que ese recuerdo no era precisamente alegre y tenía una influencia tremenda en mí, era como un río turbio que se encuentra constantemente y sin fin, con un potente mar azul. No quería construir sentimientos tristes, nostálgicos o depresivos, quería erigir sentimientos en base a los muchos mundos que me hacían feliz, pero los sentimientos no se fabrican con imaginación o creatividad, se consolidan con realidad, los sentimientos son la parte más real de los seres humanos, no los pueden inventar, existen en ti y los haces parte de tu mundo, eso lo aprendí con el tiempo. Estaba segura de la adulta en la que quería convertirme, deseaba ser capaz de sonreírle a todas las personas por igual, desconocidas, conocidas o por conocer, incluso si no les quería tratar o hablarles, sonreír era una manera de decirles que la vida les había permitido a ellos también estar aquí y que si nuestras existencias se encontraban en la calle, el centro comercial, la universidad o en el malecón, entonces era un milagro que podiamos sellar con una sonrisa. 


Dostoievski decía que el secreto de la existencia no consiste solamente en vivir, sino en saber para qué se vive. ¿Por qué estoy aquí pese a todos los pronósticos?, ¿El destino necesita de mí o yo necesito el destino para vivir?. Seguramente ella no tiene ni idea del impacto que me causó conocer la historia de mi origen, necesite desesperadamente motivos por los cuales vivir, estar aquí o hacer algo. 


Cuando la madurez finalmente me dio valentía, pude enfrentar la situación y recibí una nueva perspectiva, ella no logró abortar el dilema así que decidió ceder el problema, sin embargo mi existencia llegó a su vida como un enigma y sintió un torbellino de emociones que crearon sentimientos completos. Quizás por eso dicen que el amor más puro es el de una madre, es un sentimiento saturado que no necesita ser tejido para deslumbrar al cuerpo, la mente y el alma. Tenerme en sus brazos hizo la diferencia, se enfrentó al mundo por mí y conservó aquello que quiso descartar desde el principio. 


Sigo sin poder saber que siente, piensa o cree, analizo cada cosa que hace y creo un mundo donde solo está ella, dónde en ocasiones tomo su identidad y vivo sus propias experiencias, también recreo maneras de sanarla y proyectar algo de eso a nuestra realidad, cuando la imagino indefensa, quiero protegerla, si se siento confundida, quiero aclarar su mente y al verla perdida, le tomó de la mano para acompañarla. 


Su manera de lacerarme a través del tiempo es casi inofensiva, no siento que sea lúcida en sus propias acciones y es la niebla que habita en su mente, lo que perjudica la visibilidad de la ventana de su esencia. No es mi papel estimar, tampoco deducir, se que aquel día lluvioso, aturdida con el ruido de Caracas, inmersa en sus miedos y tanteando la mocedad, escucho mi voz y yo sentí su amor. 


El surrealismo propone la teoría de que lo inconsciente y lo irracional trabajan como medio para cambiar la vida, definitivamente mis mundos cambian constantemente, me salvan, me inspiran, me entretienen y me definen, viajar entre ellos es fácil, no hay trámites migratorios ni personas indeseadas. Puedo ser una turista en mis tierras, desarrolle esta capacidad increíble de conectar con el arte y redimirme. Soy la obra que creó esta mujer, esta persona a la que llamó madre y que amo con todo mi ser, las razones de amarla no se deben a sus agravios, el amor nació en aquel 19 de julio cuando escucho un chillido y entendió que yo seria un caudal refrescante en medio de sus angustias. 


Mi amor es una fuente inagotable de motivos, cuando miro sus ojos y aún brillan, cuando le pregunto su historia y la cuenta con lagrimas y una dulce tonada de arrepentimiento, cuando descubro una cosa magnífica y también una decepcionante, cuando se que es imperfecta pero aún estamos juntas, cuando soy un torbellino y aun asi me ama, se preocupa por mi o me trata igual a una niña aunque tenga treinta. Soy una parte de ella transformada en otra persona, descifrar su inherencia es complicado pero fascinante, me dio lo biológico y lo espiritual, me cedió un mundo y yo empecé a crear, me dio motivos para pensar, profundizar y ser tan compleja que tendría una eternidad para descubrirme. 

El aburrimiento no fue un condimento en la receta de nuestra savia, tuvimos noches de pesadillas y sueños como meta en la carrera de la supervivencia. Cuanta razón tenía Soren Kierkegaard al decir que la vida no es un problema a ser resuelto, es una realidad a experimentar. Si en la vida hay una mujer que merezca mi admiración, mi respeto, mis pensamientos, viajar por mis mundos, atesorar mi corazón, embarrarse en mis sentimientos o simplemente quebrarme para volver amarme, es mi madre. La única que me escucha sin palabras, me siente aunque no esté presente y excavaría en una roca solo para encontrar la valentía necesaria para enfrentarse al mundo por mi. Si Dios lo creó todo, ella me creó a mí.


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EN SILENCIO

Clara Sánchez

Las vi en silencio, obedientes como siguiendo un libreto, las juzgue sin piedad y las compadecí por su dolor.

Las mujeres que vi ser maltratadas, humilladas y envilecidas, las amé y por ellas grité, lloré y me atreví.

Forme en mí, otra mujer que no se pareciera a aquellas, con el puño en alto para evitar ser maltratada, luche, marche y mi solidaridad con ellas me llevó a la ira, a la duda.

Cuando después de ver a mi vecina tan dolida, herida y sangrando me imaginaba que tendríamos que ayudarla para que escapara porque al lado de aquel bárbaro ella no volvería, al amanecer salía y la veía darle un dulce beso de mujer enamorada y entonces la ira me invadía y la volvía a juzgar: primero por ser víctima y luego por idiota.

A través de mi vida la vecina me siguió con otros rostros, en otros lugares, en otras historias llenas de dolor.

Encontré madres con muchos hijos solas cargando el peso de sostener una familia en la ciudad donde primaba pagar los servicios, por el techo y el derecho al abrigo al alimento sin tener nada que ver la calidad, solo comer algo para no sentir que el hambre callaba y maltrataba de manera feroz.

Las vi vender su cuerpo y aceptar el destino como se repetían.

Las vi trabajar más allá del agobio y la tristeza sin lamentos solo seguir sin parar porque había que hacerlo.

Aquellas mujeres que en silencio, sin reclamar y en total sumisión que por mucho tiempo juzgue hoy se que fueron la pagina en blanco donde se visibilizaron los derechos a la igualdad al respeto, a la equidad, sin ellas el mundo no sabría que la mujer tiene todo el poder que ella sea consciente de ejercer y que hoy en la sociedad figuran y se legitima en las leyes y que la historia de cada una dependerá de su despertar, de reconocerse para avanzar en pos de construir un mundo feliz: donde la diferencia se respete y se estime como una singularidad, donde la armonía y el silencio sea para ir de regreso a sí misma y no al temor de ser callada.

La mujer en su universo pleno llenará los espacios con su creación y su saber para que el universo en pleno aprenda de solidaridad y de amor.

A ellas por fin les reconozco su valor y el lugar que les corresponde.


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SIN TÍTULO

Nataly garcía

—Con el profesor Antony Hewish, por favor. 


Las manos le empezaron a sudar cuando le aseguraron que la llama sería transferida al área deseada; sin embargo, Jocelyn lucía entera. Cambió de mano el auricular mientras se preguntaba si la situación ameritaba llamar a su asesor de tesis. Cambió el peso de una pierna a otra, sintió la extremidad derecha crujir y encaró la ventana. Con los dos dedos vecinos al meñique, devolvió las gafas ojo de gato al lugar que les correspondía. Dirigió la atención al aparentemente aburrido paisaje que la saludaba desde afuera: cuatro acres repletos de postes de madera, por donde pasaban cables entrelazados. Parecía el tendedero olvidado más grande del mundo, erigido in memoriam a todas las prendas que no se pudieron salvar de la lluvia, pues en agosto el clima en las afueras de Cambridge no se prestaba para secar nada. 


En realidad, todo ese hastío visual de postes en fila conformaba un radiotelescopio. Las mismas manos que ahora se aferraban con fuerza a la bocina del teléfono habían ayudado a clavar esos palos en la tierra y a colgar cables sobre ellos, con la ayuda de estudiantes en plenas vacaciones de verano, entregados en cuerpo y alma a la investigación científica. De eso hacía ya dos años, la construcción del radiotelescopio marcó el inicio de su tesis doctoral. 


Jocelyn estaba insegura de muchas cosas, pero no tenía la menor duda de que Cambridge le quedaba tres tallas más grandes. Solo esperaba que la universidad no lo supiera; pensaba camuflarse; ocultaría su falta de talento con esfuerzo. Así pues, se dedicó a la tarea de examinar meticulosamente los treinta metros de papel que la registradora de datos vomitaba a tres plumas por día. La información era engañosa, tanto, que habría sido fácil burlar a una computadora.


 —Espero que sea algo bueno. Mi clase todavía no terminaba. 


—Tony, creo que encontré algo. 


Jocelyn esperó en la línea para que el asesor de tesis le indicara que continuara, pero luego de escuchar solo silencio, decidió proseguir.


 —Dentro de las frecuencias captadas, hay una que se repite a la misma hora sideral. Tiene una duración de un segundo y un tercio; se ha repetido por los últimos dos meses—Jocelyn tomó el fragmento donde había marcado con plumón negro el segmento donde el fenómeno se reflejaba en los datos. — En el papel aparece como una anomalía de apenas medio centímetro. Se repite como si fuera un pulso. 


De nuevo, silencio. 


Jocelyn se mordió la uña del pulgar mientras aguardaba el veredicto del científico que montó un radiotelescopio para cazar cuásares. Las mismas pupilas de la estudiante parecían restos de energía esmeralda, que ahora orbitaban alrededor de un agujero negro; fulgurantes ante la expectativa de este presentimiento que ahora se atrevía a compartir. 


—Mm. No hay misterios en eso. Sin duda se trata de una interferencia provocada por uno de los equipos de los laboratorios de la zona.


 —Lo curioso—se apresuró a añadir, —es que esta señal proviene del mismo punto del espacio. 


Esta vez, Antony se demoró todavía más en producir una respuesta. 


—Te voy a ser totalmente sincero: no creo que sea nada importante. Pero, si tanto insistes, me daré una vuelta mañana. 


Pese a ser descuidado con el horario, Antony cumplió con lo prometido, acudió a las instalaciones. El azar hizo su magia ese día, pues el radio astrónomo pudo observar por encima del hombro de su estudiante como aparecía la señal. 


Luego de un arduo día de trabajo, decidieron tomar el té afuera de la casita que yacía entre lo que parecían las patas arácnidas que sostenían la antena del radiotelescopio. Era una de esas tardes grises, en las que se antoja tomar el frío con un buen abrigo y una bebida caliente endulzada por una conversación. 

—Llegué a pensar que, si se trataba de una señal terrestre, entonces tendría que provenir de otro observatorio. 


Ella estaba sentada, ocupaba el segundo de los dos escalones que conducían al anexo. Él estaba recargado junto a la puerta. 


—Mm—Jocelyn pensó que el sonido emitido por su asesor era para tomar la palabra, pero en realidad se había quemado la lengua. —Suena lógico. Otro observatorio estaría trabajando en el mismo horario—complementó Tony.


 —Pero esta señal no proviene de la Tierra. —Por fin pensaban lo mismo. 


Jocelyn giró el cuello para mirar a Antony. 


—Entonces, ¿crees que…?— ¿Eran enanitos verdes enviando mensajes en código morse? Antony encogió los hombros. 


Sin embargo, en diciembre, Jocelyn notó otra señal con las mismas características que la otra, solo que venía de otro lado del universo. Le pareció poco lógico que dos civilizaciones foráneas estuvieran mandando el mismo mensaje. El plagio es cosa de terrestres. 


Para salir de dudas, el dúo decidió visitar otro radiotelescopio, para ver si, ajustando las coordenadas, también detectaba aquella anomalía. En esta ocasión, Antony decidió convocar a Martin Ryle, cuyo intelecto patrocinó el alcance del radiotelescopio que estaban utilizando, pero cuando llegaron a las instalaciones, Martin no estaba. No había tiempo que perder pues el fenómeno se aparecería a una hora previamente calculada. 


La persona a cargo de ese radiotelescopio era un hombre castaño llamado Rob, a quien se le explicó, de manera delicada, que el único apoyo que necesitaban de él, era que despegara las posaderas de la silla por un rato. Antony y su equipo harían todo el trabajo. 


—Qué tal—Antony le extendió la mano, Rob la tomó con entusiasmo. Como profesor de Cambridge, él no necesitaba presentación. —Ella es Jocelyn, tomará las lecturas—se quitó de en medio para que el chico pudiera echarle un vistazo a su estudiante. 


Jocelyn también le extendió la mano, pero Rob estaba ocupado mirándole las piernas, decidió disimular este acto arrastrando los ojos lánguidamente hasta la cara de la señorita. Una vez ahí, emuló la sonrisa que le saludaba. 


—Mucho gusto—logró decir. 


—Los dejo un momento. Veré si Martin decide hacer acto de presencia— Antony señaló la silla con la palma, para que Jocelyn tomara asiento frente al registrador de datos. —Aunque preferiría que fuera Martin y no la señal la que nos dejara plantados. 


En cuanto se quedaron solos, Jocelyn tomó asiento. Al tratarse de una señal de una duración tan corta, tenía que observar atentamente cualquier cambio del compás de las plumas sobre el papel milimétrico. Rob se quedó a su lado, con las manos en los bolsillos. Siguió con la mirada a Antony cuando salió y ahora volvía toda su atención a Jocelyn. 


— ¿Será que tú y la Princesa Margarita miden lo mismo? —Rob esperó una respuesta, sin éxito. Decidió cambiar de estrategia. — ¿Estás de noviecita con el Profesor Hewish y por eso te hizo su secretaria en su proyecto? —Igual, nada. Jocelyn continuó con la mirada clavada en las líneas que producía el aparato. Esto solo irritó a Rob. Estiró el cuello para rascarse el mentón poblado por una barba insipiente. —Bueno, no importa, pero al menos desabróchate el primer botón de la blusa—se señaló el propio, la camisa perfectamente abotonada hasta el cuello. —Así al menos nos alegras la vista. 


Ante este último comentario, Jocelyn por fin dijo algo: 


—Oye, —Rob entornó la mirada. — ¿Tendrás un bolígrafo negro que me prestes? Creo que solo me traje uno azul. 


Rob se le quedó viendo, ni siquiera se tomó la molestia de fingir buscar una. 


—No tengo. 


En Glasgow, Jocelyn estudió codo a codo con 49 estudiantes. Siempre que ella entraba, sus compañeros le silbaban y tamborileaban sobre las mesas, como si fuera a estudiar primatología y no física. Este comportamiento también se manifestaba delante de las docentes, la mayoría no lo soportaba y prefería renunciar. Rob solo era un aullido más. 


Minutos después, Antony regresó. Para entonces, Rob ya había abandonado la habitación con el pretexto de ir a fumarse un cigarrillo. 


Para entonces, eran las cinco con diez. Faltaban ocho minutos. El ruido de las plumas dibujando emulaba el sonido de las manecillas de un reloj cósmico, eso solo exacerbaba la concentración de Jocelyn. Ella había participado tanto en el diseño como en la construcción, y operaba el radiotelescopio. Sabía discernir entre esas líneas interminables una señal proveniente de la Tierra de una causada por un cuásar, y esta no era ni la una ni la otra. 


Cinco con quince, la máquina continuaba su andar. Ella estaba segura de que algo aparecería. Quería estarlo. 

Cinco con diecisiete, en cualquier momento llegaría la señal. Tony ya se le había unido para observar más de cerca. Deseaba poder observar el fenómeno manifestarse con sus propios ojos. 


Nada ocurrió a las cinco con dieciocho, ni al minuto siguiente, ni al que le siguió. Antony le dio unas palmadas en el hombro a Jocelyn, a modo de condolencia, pero más lo sentía por él. 


—Vámonos. 


Ni la señal ni Martín se habían aparecido. Jocelyn sentía que se le cortaba la respiración. Ya no sabía qué creer. Se sabía incapaz, pero esta era una zona inexplorada de su incompetencia. Hasta había interrumpido una magnífica clase de su asesor por una trivialidad. Si necesitaba pruebas de que no merecía estar en Cambridge, el momento que estaba viviendo era muestra suficiente de ello. 


—¡Mira! 


Cinco con veintitrés minutos, el radiotelescopio detectaba actividad en las coordenadas especificadas, la duración: un segundo y un tercio. Al calcular el tiempo en que aparecería, habían fallado por cinco minutos. 


Ese día, se confirmó la existencia de los púlsares, bautizados así por la singular frecuencia que emiten. Resulta que, cuando una supernova termina su ciclo de vida, se destruye en una explosión masiva, puede desaparecer por completo o puede quedar un núcleo que rota sobre su propio eje, como el fantasma de la estrella, unificado en un resplandeciente corazón cuyos sutiles latidos llegaron al radiotelescopio operado por Jocelyn Bell. 


El descubrimiento de este nuevo tipo de estrella era una aportación sin precedentes a la evolución estelar. Jocelyn terminó de escribir su tesis doctoral, con un anexo dedicado a los púlsares que descubrió. 


Siete años más tarde, en 1974, Antony Hewish y Martin Ryle recibieron el premio Nobel de Física, los primeros astrónomos en recibir semejante honor, por su trabajo en el desarrollo tecnológico de radiotelescopios y por el descubrimiento de los púlsares.


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DOÑA MERY

Lisandro Abaunza

Empecé a vivir en la localidad del tunal hace un año, mi casita está ubicada en una loma, es una casita de tres paredes, con un esfuerzo de 20 años de honradez, no es que tenga lujos, ni nada de eso, pero estoy agradecida… lo que sí tengo, y que siempre está ahí, es a mi hija, con eso a mí me ha bastado y me ha sobrado toda la vida, aunque a veces es un poco rebelde pero ella es buena, tanto que me recuerda a mí, a esas cositas que hacía, cosas de jóvenes… mi niña, como la he llamado siempre, ayer en la noche le dije que me acompañara a buscar lo de la comida en la tiendita. Que la más cercana quedaba a 10 minutos loma abajo. A mitad de camino alcanzo a percibir que una sombra, un hombre, un tipo, un hijueputa, si, un hijueputa, porque lo que hizo no tiene perdón de Dios… Antes de salir de casa presentía algo extraño, algo de madre, pero veía a mi niña sonreír, y deje de sentir ese algo… A solo una cuadra de la tienda, aquel hombre se nos lanza con un puñal, con la amenaza de que le diéramos lo que teníamos, esa noche mi niña llevaba su celular, un regalo que le hice por el día de su cumpleaños, que hace dos días los había cumplido, yo solo llevaba 15 mil pesitos, no tenía nada más, porque mi celular lo había empeñado para completar con unos ahorritos, para darle el detalle a ella. Ella no sabía nada de eso, pero por mi hija hago lo que sea… El tipo ya estaba desesperado por qué no le soltábamos nada. Lo único que hago es apretarle la mano a mi niña, y sacar de mi bolsillo el dinero, que de un manotazo los toma, después el hijueputa se le va acercando a mi niña, con el puñal en la mano… -China usted no se haga la boba, pase el celuco… Le respondí con miedo, pero con fuerzas de una madre. -Con ella se meta gonorrea… Al escuchar eso, él penetró su mirada hacia mí, una mirada de sevicia… pensé para mis adentros aquí fue. Todo fue tan rápido, tan oscuro y silencioso, que el hombre viene hacia mí, y lanza una puñalada, mi hija se atraviesa en ese pequeño clímax y la navaja impacta en la espalda de ella, puñalada tras puñalada… Ella se llama Mariana, está en el hospital del tunal, tiene tan solo 17 años de edad, y está en la UCI en cuidados intensivos desde las once de la noche. Yo vendo empanadas en el portal del tunal, de siete de la mañana a siete de la noche todos los días, sin quitarle nada a nadie, pero no tengo EPS hace cuatro meses, ni muchos menos ella, tampoco Sisbén, no por vagas, ni por la pandemia, sino porque nunca habíamos necesitados de eso. Los doctores me dicen que me tengo que aguantar, hasta que tenga los documentos requeridos, que eso no es problema de ellos, por eso llevo toda la noche tocando ventana por ventana, a ver si alguien me ayuda antes de pararme aquí. A las siete de la mañana la doctora me pidió un medicamento que cuesta cuarenta mil pesos, y si el medicamento no le hacía efecto, tocaba comprarle unos más de alto valor … Una señora me decía ahorita en el portal, que a ella le da pesar, que yo me pare acá adelante en el estado que me encuentro, que había gente que miraba de arriba abajo, gente que no le importaba, que se ponía brava, pero yo por mi hija hago lo que sea, menos hacerle daño a los demás, sé que acá hay gente educada, yo solo pido una granito de ayuda, no saben lo mal que me siento, desearía que fuera yo, y no ella, desearía tanto, pero no puedo devolver el tiempo… por eso les dijo en este momento, “ uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde”


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DOÑA S. 

Andrés Peña


Va empujando la silla como si se tratara de una niña que juega con el coche de su bebé. 


Se esfuerza por subir el andén y levantarla sin que nadie le ayude. Afuera cae una lluvia perezosa y lenta. Solo la persona que ha manejado una silla de ruedas en la calle sabe que los andenes son verdaderas murallas difíciles de escalar. Por fin lo logra. Acomoda las manos del cuerpo que acarrea, le sube el tapabocas y entran juntos, mojados, en el hospital. 


Sabe que van tarde y apura el paso. El tráfico se vuelve pesado cuando llueve. No quiere perder de nuevo la cita por la que ha luchado en los juzgados. Corren por un laberinto de pasillos, algunos estrechos donde solo pueden transitar en un solo sentido, sin embargo, se las arregla para pasar con muchas disculpas a pacientes que la miran de mala manera. Ella siempre se las arregla cuando se trata de su hijo. Es su mayor virtud me dirá después. Yo creo que no, que esa es una de sus tantas virtudes. 


Doña S. tiene una sonrisa estoica que la desgracia no ha podido exterminar. Cualquier persona en su situación –un carro en una montaña rusa que va en picada y sin frenos– hubiera abandonado tirándose al vacío. Pero ella no. Ella es la que conduce, es el faro de una familia desintegrada por varios acontecimientos que no amerita contar. Porque ninguno de ellos ha logrado doblegarla. La vida la castigó con un accidente y no va ser ella la que abandone: “Dios me impuso esto y él me ayudará a soportarlo” dice con voz incisiva difícil de olvidar. 


De lejos la veo ingresar. Mi profesión me obliga a observar y analizar el movimiento humano, sus falencias y sus debilidades; mi esencia me obliga a ser paciente, a escuchar y no juzgar. Llega empujando la silla de ruedas, viene mojada y sola. Se le ve sudando y con la respiración agitada. El pecho le silva y la voz se le cuelga finalizando las frases. 


La invito a que se siente mientras yo paso al paciente a una camilla, pero ella no obedece y no deja que yo toque a su “bebe”. Tercamente me ayuda a trasladarlo. Es ella la que prácticamente lo carga y lo sienta sola. La veo más ahogada y le reitero mi invitación a que se siente al lado de nosotros. La tranquilizo y le acerco la silla. No sé si es por mis palabras o porque está muy ahogada que accede a sentarse. Yo acuesto a su hijo con el cuidado que se merece todo ser humano en cualquier condición. Su hijo no habla, no se mueve y clínicamente no piensa ni tiene control sobre su cuerpo. Pero ella asegura que sí lo hace, que mediante el parpadeo él puede decir qué le duele, puede dar la ubicación de ese dolor y cómo es ese dolor. También mediante aquel ligero movimiento ella le entiende cómo se siente, si está feliz, triste, si le molesta algo, si le gustó una muchacha, o un hombre, si quiere ir a las terapias, si quiere seguir viviendo. 


Más calmada doña S. por fin saca del maletín su inhalador y se chuta en dos inspiraciones el medicamento que le ayuda a abrir los bronquios y poder respirar más eficiente. “Con esta corredera no había podido aplicarme lo del asma” me dice lenta, con pausa y cerrando los ojos como drogada. 


“Mi hijo no merece estar así” —comienza— “yo quiero que vuela a caminar doctor, que vuelva a ser el de antes. Él estaba estudiando para ser paramédico y le pasa esto. No es justo doctor. Ayúdelo por favor que es un buen hijo.” 


Miro de nuevo al paciente y en su cara hay un gesto de dolor, una tormentosa mueca instalada en su rostro, como si estuviera en una permanente tortura, como si su vida fuera una perenne aflicción. 


—¿Será que le duele algo? 


—“No, si él permanece así. Fabi, ¿le duele algo?” —le pregunta con la seguridad del que espera una respuesta consciente y automática— “¿no?, bueno papi, entonces relájese que ya le van a hacer la terapia” 


Toda esa información en un abrir y cerrar de ojos. 


Por un momento Doña S. mira a su alrededor. En la camilla de al lado hay una adolescente con parálisis cerebral que no para de llorar así que ella le toma la mano mientras la mira compasiva: “Dios es milagroso” dice al tiempo en que saca del maletín una biblia, abriéndola en una página repleta de papeles y estampillas. 


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ELLA

Luz Jeny Vargas 

Ella hacía honor a su nombre: Blanca. Su rostro, con cachetes satinados por los polvos faciales que nunca olvidaba, tenía dibujados puntos tenues con pinceles delicados; nunca le gustaron sus pecas, pero a mí me parecían muy divertidas y soñaba con que al crecer yo también pudiera lucirlas en mi cara. Sus ojos pequeños, de pestañas lisas como tejas de casa, eran de un color café que a veces lucía más claro y brillante, tal vez cuando estaba enojada o cuando la emoción embargaba su alma. Tenía una voz grave, que yo interpretaba como un regaño, pero luego supe que la operación de la tiroides que le practicaron cuando era más joven y que bordó un tenue collar de piel en su cuello, le había dejado esa huella. No era alta y su figura era más bien gruesa, pero muy ágil y siempre en movimiento, acicalando las numerosas plantas de la terraza, ordenando el perpetuo desorden de nuestra casa o pendiente de que nadie olvidara sus deberes; nada escapaba a su presencia.

 Mi abuela tenía el espíritu recio que la vida le forjó: Niña campesina convertida en madre apenas empezando su juventud por el deseo de un hombre mayor que tal vez nunca la quiso, tuvo que luchar siempre por lo suyo. Primer hijo, un varón, ¡Bravo! Pero luego la fortuna supuestamente le falló y trajo al mundo a una hermosa niña de cabellos rojos y cara pecosa: Mi madre. Su marido no aceptaba engendrar mujeres, eso no era digno de un macho como él, y cuando llegó la segunda niña la bomba estalló. Los golpes hablaron por él y ella, que no estaba hecha para la resignación, respondió con todo su ser, se defendió lanzándole una piedra, empacó sus pocas cosas y se marchó a la gran ciudad con sus dos hijas y mi bisabuela.

 Madre sola, iletrada, pobre, en tierra ajena, pero con el valor acrecentado. Mantuvo a sus mujeres fabricando fósforos, haciendo velas y luego trabajando en una fábrica textil en turnos rotativos, soportando el frío, el cansancio, los malos tratos, la incertidumbre de la vida, pero con la mirada puesta en la sobrevivencia de los suyos. Seguramente flaqueó, tuvo miedo, sintió honda tristeza en su corazón, pero yo siempre la vi fuerte, luchando por sus sueños y su familia. Ladrillo a ladrillo construyó su casa, paso a paso edificó su vida. Cuando logró su jubilación, luego de muchos años de trabajo, se convirtió en una severa matrona que decía sus verdades sin mucha diplomacia y llenaba la vida de todos con sus dichos y ocurrencias. Atesoraba porcelanas, muñecas y fotografías, alegraba nuestra vida con su sazón inolvidable y dirigía la orquesta familiar con pocos compases. Esa era ella. 

 Yo fui su primera nieta y la más cercana. Ella fue mi segunda madre, quien dio vida a mi otro nombre, aquella que me enseñó a cocinar, a pelear y a ser obstinada. La nuestra fue una vivencia intensa, profunda, que olía a tortas recién horneadas, sonaba a risas en los juegos de mesa que tanto disfrutábamos, a boleros y tangos que siempre ella sintonizaba en su radio verde y que aprendí de memoria. Su paso por mi vida me dejó muchos aprendizajes que he atesorado en mi corazón. Se fue luego de una enfermedad corta, sin muchos rodeos, aceptando su partida, dejando su presencia instalada en mí, que me invita a levantar la cabeza ante las adversidades.

 De ti abuela he tomado la fuerza, la entereza en el carácter, la claridad para ver la ruta a seguir, para perseguir mis metas. De mujeres valientes está llena la historia y tú eres mi ejemplo cercano.

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EL NACIMIENTO DE MI MADRE

Liliana Arias

Puede decirse que 1955 era un año silenciado en Colombia por las mordazas de la dictadura del General Rojas Pinilla, en el que no dejaban de llegar, día a día, a pie descalzo, campesinos de los pueblos aledaños hasta las ciudades para huir de la violencia partidista entre liberales y conservadores. Los enfrentamientos no daban tregua y sembraban muertos todos los días en una tierra desalmada que ni siquiera permitía que las jóvenes llevaran trenzas con lazos rojos porque les cortaban el pelo de un solo tajo.

Pero no todo era el luto de los cóndores y en aquella época también se les permitió a las mujeres votar y vislumbrar la esperanza de una igualdad que aún no les tocaba. Era la década en que la radio parlanchina no dejaba de sonar en los hogares con las noticias a la hora del almuerzo, y las canciones de Pacho Galán acompañaban las fiestas decembrinas. En esa misma época, que no escapó a los cambios profundos de la historia ni a los conflictos por los nacientes derechos humanos -apenas aprobados siete años antes- cerca de Bogotá, en un pueblo frío, verde y taciturno llamado Zipaquirá, que a falta de nieve se cubrió con sal, nació mi madre.

La imagino viniendo a la vida en una de esas mañanas heladas en las que la niebla es intensa y el rocío no para de escurrir por las ventanas hasta hacerlas tristes. Puedo intuir el cansancio de mi abuela Raquel después de varias horas de trabajo de parto, pero también siento esa valentía que solo le podía dar la experiencia de dar a luz 11 hijos que inició cuando apenas era una jovencita de 15 años.

Nunca lo supe con certeza, pero a lo mejor mi madre nació en una casa, como era la costumbre de esos tiempos entre las familias de pocos recursos, acompañada de una de las “comadronas expertas” que, armadas apenas con instrumentales quirúrgicos básicos, con platones de aluminio llenos de agua caliente y sábanas blancas, atendían a las mujeres parturientas. En ese tiempo eran las parteras y no los médicos las que con su sabiduría les recomendaban a ellas, horas antes del parto, baños de asiento con hojas de brevo, les secaban el sudor con toallas húmedas en la frente y llenas de un ímpetu abrasador les daban órdenes angustiosas para que atravesaran la muerte sin anestesia. Así, con pura valentía, era como las mujeres se ayudan a parir unas a otras.

Puedo también imaginar a varios de sus hermanos ansiosos, con ojos inquietos de conejos enjaulados detrás de la puerta, esperando el nacimiento de su hermana menor, la última de la camada. Puedo ver a esa bebé envuelta en un cobertor blanco con flores delicadas en las que apenas se distinguía su pequeña carita rosada y las manchas de grasa blanquecina adheridas a su frente y a los mechones de su pelo negro. Siento su llanto agudo y lastimero, y puedo descifrar que llora de hambre, de frío, de desconcierto, como todos los bebés lo hacen al venir a la vida, arrojados desde el paraíso acuático a un territorio inhóspito por la ruleta de un destino caprichoso. Veo su mirada vulnerable, frágil, con el brillo expectante de la vida en sus bellas pupilas de aceituna. La intuyo con todo ese amor corriendo por sus venas, rebelde desde siempre, una avalancha de vida loca, una tormenta de llanto, un sismo de movimientos torpes de manitos y pies desarticulados que se escapaban de los brazos de la abuela, con esa determinación que tuvo Leonor durante toda su vida de querer irse siempre, de huir ante el menor descuido.

Todo esto hace parte de mi imaginación y de los rasgos que conservo de su esencia. Nunca le pregunté a mi madre por su nacimiento, tal vez porque los hijos pensamos que las madres no nacen, que sólo están ahí desde el principio de los tiempos para nosotros. Creemos entonces que ellas son el precipicio del inicio. No hay un origen para las madres dentro de nuestra mente infantil.

Con insistencia, muchas veces les preguntamos por nuestro nacimiento, inquirimos por los detalles de cómo vinimos a la vida, como en búsqueda de una pista, de un no sé qué, de un rompecabezas que no atinamos a completar. Y yo tampoco le pregunté por ese día en que ella vino al mundo. Me perdí del recuento de su propia génesis. Se cerró muy rápido el telón de fondo y no alcance a tener consciencia para hacerle la pregunta. Sólo sé que sujeté con amor su mano antes de su despedida para que, tal vez, no hubiera un final, sólo un paréntesis que abarca las bocanadas de existencia en un trasegar de infinitud.

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AMOR ETERNO

 Homenaje a mi Hija MARILUZ

Blanca Hernández

 

Mi Monita Hermosa Hija mía

Amor de mi alma

Te fuiste al cielo

El 27 de febrero

El día más triste de mi vida.

 

En plena juventud

Te sorprendió la muerte

Jamás esperamos tu partida

Que duro escuchar

Que tu corazón ya no latía

Descansa en paz Monita de mi alma.

 

Fuiste un hermoso cuento de hadas

Tu partida desgarró mi alma

En oscuridad perpetua

Llorar es mi estado permanente

Un final repentino

Que contradice las leyes de la vida

Sentimientos de desilusión y desesperanza.

Recuerda que te llevaste por mortaja

Una túnica blanca hecha por mis manos

Con 44 perlas, tus 44 años compartidos.

 

En tu lecho de agonía

Tus ojos verdes

Cubiertos por el velo de la muerte

Me contaron secretos

Que no fuiste feliz

Guardare tus secretos para siempre,

en el silencio escucho tu sonrisa, él timbre de tu voz

Veo tu bella sin igual figura

Porque eres la más bella entre las bellas.

 

Siento palpitar tu corazoncito dentro mi vientre

Recuerdos que van y vienen sin parar

Ojalá pudieras bajar un instante

Y hacerme compañía.

 

Difícil entender por qué te fuiste

Amorcito de mi vida

Te despedí en tu lecho de muerte

Cerré tus ojos

Te dije mil veces lo mucho que te Amo

Parte de mi ser se ha ido contigo.

 

En un cajón fúnebre y frío

Descanso tu cuerpo inerte por tres días

Luego en un cofre tus cenizas

Regresaron al seno de la madre tierra.

 

Te salieron alas

Partiste a la eternidad

Se fue mi Ángel terrenal

Se volvió Ángel de luz

Entre más pasa el tiempo

Más me duele tu ausencia

Hoy le cuento al cielo

Lo mucho que te extraño.

 

No sé de dónde salen tantas lágrimas

Algún día, cuando nos volvamos a encontrar

La sonrisa y la alegría

Volverán impetuosas a mi vida.

 

Entre tanto la luz de una vela

Hace homenaje a tu partida

Oraciones de Madre

Muerta en vida.

 

En la eternidad, tu Alma en paz

Solo Amor, Amor, Amor

Viajando por millones de galaxias

Mi consuelo.

 

Recuerdas…. me dijiste

Me voy a un viaje eterno

Al cielo a ver a Dios a mis ancestros

Algún día te contaré en sueños

Como es la vida Celestial

Te estaré esperando Madre mía.

 

Tu recuerdo siempre estará vivo

En la pared de mi casa de lado a lado

Están las fotos, felices testimonios de tu paso en este mundo

Tu nacimiento, tus primeros pasos, tus Hermanas, tú primera comunión, tus padres ,tus abuelos, tus estudios

Tardes de juego. cumpleaños, tus amigos, familiares, compañeros de colegio tus amores,

Tu matrimonio, tu embarazo, tú Hijo, compañeros de universidad, tus viajes, tus anhelos

Tu risa, tú belleza Angelical, tus ojos verdes, tu inteligencia brillante y audaz, mi niña Hermosa.

 

Me reconforta todo el tiempo que vivimos juntas

Gozamos, lloramos disfrutamos

Nos conocimos piel a piel

Alma con alma.

 

Se nos invirtieron las leyes de la vida

Esperaba primero mi partida

Pero tú te adelantaste

Qué dura realidad

Amada hija mía.

 

Para poder comprender

La continua presencia de tu ausencia

Aprenderé a vivir

Tratare de entender sin ti

Los vaivenes de la vida

Vive feliz en tu eterna gloria.

DIOS comunícale a mi Hija

Que acepto el fatal designio de la vida

Mientras emprendo el camino al paraíso.



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