ISLANDIA
Enrique PatiƱo
Intenta una vez mĆ”s: Eyjafjallajƶkullā, me dice el guĆa.
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Lo intento una vez mĆ”s. Lo hago mejor que antes. A pesar de la complejidad de la palabra, la voz del guĆa la pronuncia suave, casi como en un susurro. Hace menciĆ³n al volcĆ”n de 1.666 metros del que emerge lava justo frente a mĆ, en el norte de SkĆ³gar, en Islandia. Estoy absorto: una lava espesa corre a pocos metros de mĆ, y el calor es infernal, pero mĆ”s brutal resulta el invierno de -6 grados que el guĆa parece no sentir y a mĆ me obliga a hundir la nariz entre una bufanda a pesar del volcĆ”n vecino. La lava funde la nieve y el crepitar lento es como el borboteo de una caldera que consume sus Ćŗltimas gotas.
Ā
El fuego y la nieve unidos me llevan a caer de rodillas, agradecido por la energĆa de un territorio que parece reciĆ©n inventado, o al menos previo a los humanos, bĆ”sico y deslumbrante, en un holoceno permanente. La naturaleza me resulta sobrecogedora y mi alma agradece.
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He decidido ir en invierno porque albergo la esperanza de una noche magnĆ©tica de auroras boreales, pero ese deseo supremo se me ha resistido hasta el momento. Estoy acostumbrado a desilusiones asĆ: el Cristo Redentor del Corcovado se escondiĆ³ entre la bruma durante toda nuestra visita a Rio de Janeiro.
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Mi familia me ha acompaƱado en esta travesĆa entre gente de rasgos esquimales, de aspereza en el trato y suavidad en el acento, donde la mĆŗsica es refugio creativo y el tiempo en casa es expansivo para sus habitantes debido a las permanentes bajas temperaturas. Todo es mĆnimo en este clima extremo, y todo es memorable.
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Es la Ćŗltima noche de un viaje que nos ha llevado a caminar entre cascadas que nos han robado el aliento como la de Seljalandsfoss, Skogafoss, Gullfoss y Svartifoss, a caminar en playas con icebergs sueltos que flotan lentos mientras se consumen bajo el sol y que dejan en claro tambiĆ©n nuestro efĆmero paso por la vida. Hemos visitado los lugares donde nuestras bandas islandesas favoritas, Kaleo y Of Monsters and Men, han grabado sus videos, comimos pescado fresco en el mercado de Reikiavik, nos baƱamos en un sauna y nos sumergimos en aguas termales en medio de la temperatura gĆ©lida invernal, vimos los gĆ©iseres de Haukadalur y visitamos las cuevas de hielo. Estamos agotados. AsĆ nos sentimos frente al Eyjafjallajƶkull, el volcĆ”n de dulce y complejo nombre: Exhaustos pero felices. Hemos pasado por los territorios inhĆ³spitos que Walter Mitty visitĆ³ en la pelĆcula de Ben Stiller, y hemos repetido como un mantra la frase de la revista Life que Ć©l menciona en la cinta: āVer el mundo, afrontar peligros, traspasar muros, acercarse a los demĆ”s, encontrarse y sentir. Ese es el propĆ³sito de la vidaā.
Ā
Nos levantamos. Antes de irnos, el guĆa seƱala el cielo y dice: āSjƔưu, norĆ°urljĆ³sā. Enseguida nos traduce: āMiren, una aurora borealā.
Ā
El cielo magnĆ©tico baila y cambia de colores como si medusas etĆ©reas bailaran en el cosmos. El espectĆ”culo nos conmueve. Por fin podemos verlo. LĆ”grimas brotan y el frĆo las transforma en hielo.
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La nieve cruje a nuestras espaldas y la lava sigue avanzando mientras el cielo danza. No hay mƔs palabras. Ninguna alcanza para este momento.
Ā
Gracias, vida. āTakk, lĆfā.